viernes, 3 de diciembre de 2010

Galileo

Uno de los argumentos más traídos a colación por los anticatólicos para confirmar su idea de que la fe se opone a la ciencia es el caso de Galileo Galilei (1564-1642). Dicen: Si la Iglesia católica condenó a Galileo, es porque la ciencia y la fe son enemigos irreconciliables. Pero Galileo nunca creyó que sus teorías científicas iban en contra de su fe católica ni que iban contra la Biblia, aunque algunos jueces lo creyeran.

Sobre Galileo recordemos que fue un ferviente católico hasta su muerte, pero algunos ignorantes todavía creen que fue quemado en la hoguera por la Inquisición o que fue torturado o metido en prisión, lo cual es totalmente falso.

Galileo tomó su idea del heliocentrismo (la tierra da vueltas alrededor del sol) de Copérnico (1473-1543), un eclesiástico polaco. Copérnico publicó su gran obra De revolutionibus orbium caelestium en 1543 y se la dedicó al Papa Pablo III. En ella habla de que la tierra da vueltas alrededor del sol. Lutero y Calvino fueron los primeros que se indignaron por esta teoría que, según ellos, iba contra la Biblia. En cambio, fue bien recibida por muchos eclesiásticos católicos.

En 1611, Galileo fue recibido en audiencia por el Papa Pablo V y recibió muchos honores en Roma en el colegio Romano de los jesuitas, que tenían grandes astrónomos. Cuando Galileo escribió, en 1612, sus Cartas sobre las manchas solares, en las que defendía el sistema de Copérnico (heliocentrismo) recibió muchas cartas de felicitación, especialmente del cardenal Maffeo Barberini, que sería más tarde Urbano VIII.

Galileo estaba convencido de estar en la verdad, pero no podía convencer a nadie, porque no tenía pruebas; y la única prueba que dio de que el movimiento de las mareas era debido al movimiento de la tierra, era y es falsa, pues sabemos que el flujo y el reflujo del agua del mar se debe a la atracción de la luna. Sin embargo, él insistía en proponer sus ideas como verdaderas y no como una teoría que había que demostrar.

Se conserva una carta famosa del cardenal Roberto Belarmino al carmelita Paolo Antonio Foscarini, del 12 de abril de 1615, en la que menciona a Galileo y afirma que no habría problema de hablar del movimiento de la tierra, si se hablara de modo hipotético, limitándose a decir que, suponiendo que la Tierra gira alrededor del sol, se explican mejor muchos fenómenos. El mismo cardenal se reunió personalmente con Galileo el 26 de febrero de 1616. En sus declaraciones a los jueces de la Inquisición que el 12 de abril de 1633 le preguntaron a Galileo qué le había dicho el cardenal, él respondió tal como está registrado: El señor cardenal Belarmino me informó que la mencionada opinión de Copérnico se podía sostener de modo hipotético como el mismo Copérnico la había sostenido. Así se puede ver por la respuesta del mismo señor cardenal a una carta del padre Pablo Antonio Foscarini, de la cual tengo una copia, y que contiene estas palabras: Me parece que Vuestra paternidad y el señor Galileo actúan prudentemente al limitarse a hablar hipotéticamente y no de modo absoluto y que, de otro modo, o sea, si se la considera absolutamente (la opinión de Copérnico), no se debía sostener ni defender.

Pero, a pesar de las recomendaciones del cardenal Belarmino de 1616, en 1632 escribió Galileo su Diálogo sobre los grandes sistemas del mundo en el que hizo caso omiso del compromiso de presentar su opinión copernicana como hipótesis. Entonces intervino la Inquisición y lo juzgó.

Pero, a pesar de las recomendaciones del cardenal Belarmino de 1616, en 1632 escribió Galileo su Diálogo sobre los grandes sistemas del mundo en el que hizo caso omiso del compromiso de presentar su opinión copernicana como hipótesis. Entonces intervino la Inquisición y lo juzgó.

Con esa condena, Galileo no perdió la amistad de obispos ni científicos, que venían a visitarlo a su casa; pero realmente fue una humillación y un sufrimiento que la Iglesia ha lamentado durante siglos. De todos modos, debe quedar claro que en todo este asunto, el Papa no firmó ningún documento ni hizo ninguna declaración pública. Fue una decisión del Tribunal de la Inquisición y, por tanto, no fue un dogma de fe, como si fuera una verdad irreformable. Por eso, cuando se demostró que el copernicanismo era cierto, la Iglesia en 1741 dio permiso para publicar las obras de Galileo con autorización de la Inquisición.

En este asunto complicado de Galileo hay que tener en cuenta la mentalidad de los eclesiásticos y de la mayoría de científicos de aquel tiempo que creían, sin dudar, que la Tierra era el centro del mundo y que el sol daba vueltas a su alrededor en órbitas esféricas. Galileo puso el centro del mundo en el sol, pero no supo demostrarlo y su teoría de las mareas, para explicar el movimiento de la tierra, era falso.

El gravísimo error de los jueces de Galileo fue querer impedir la libre investigación científica (cosa que no le compete a la Iglesia) por creer que esas ideas iban en contra de la Biblia. Por ello, la Iglesia ya pidió perdón en la Gran jornada del perdón del 12 de marzo del 2000. Juan Pablo II dijo en la homilía de la basílica de san Pedro: Reconocer los errores del pasado, sirve para despertar nuestras conciencias frente a los compromisos del presente. Pedimos perdón por el uso de la violencia en el servicio de la verdad que algunos han realizado. Igualmente, en el concilio Vaticano II se había declarado: Son de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que seguidas de agrias polémicas indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe.

El Papa Juan Pablo II, en 1981, nombró una Comisión integrada por los mejores especialistas, no solo católicos, para tratar a fondo el tema de Galileo. Con este motivo, se abrieron a todos los estudiosos los archivos secretos del Vaticano. Esta Comisión terminó sus estudios en 1992 y el 31 de octubre de ese año en una sesión solemne, en la Sala de Audiencias del Palacio Apostólico, al que asistieron los miembros de la Academia Pontificia de Ciencias, el cardenal Poupard, presidente de la Comisión, hizo un resumen de los trabajos de la Comisión. Defendió la actuación del cardenal Belarmino en el caso Galileo. Mencionó que Galileo no tenía pruebas concluyentes a favor del movimiento de la Tierra y afirmó claramente que la sentencia del Santo Oficio (Inquisición) no era absolutamente irreformable y que ya en 1741, cuando se dispuso de pruebas del movimiento de la Tierra, el Papa autorizó la publicación de las obras completas de Galileo.

En la parte final del discurso afirmó: En esa coyuntura histórico-cultural, muy alejada de la nuestra, los jueces de Galileo, incapaces de disociar la fe de una cosmología milenaria, creyeron equivocadamente que la adopción de la revolución copernicana, que por lo demás todavía no había sido probada definitivamente, podía quebrar la tradición católica y que era su deber prohibir su enseñanza. Este error subjetivo de juicio, tan claro para nosotros hoy día, les condujo a una medida disciplinaria a causa de la cual Galileo debió sufrir mucho. Es preciso reconocer lealmente estos errores.

Por su parte, el Papa, en su intervención, afirmó: El caso Galileo era el símbolo del pretendido rechazo del progreso científico por parte de la Iglesia o bien del oscurantismo dogmático opuesto a la búsqueda libre de la verdad. Este mito ha jugado un papel cultural considerable, ha contribuido a afianzar en muchos científicos de buena fe la idea de que existe incompatibilidad entre el espíritu de la ciencia y su ética de investigación, por una parte; y la fe cristiana, por la otra. Una trágica incomprensión reciproca ha sido interpretada como el reflejo de la oposición constitutiva entre ciencia y fe. Las aclaraciones aportadas por los recientes estudios históricos nos permiten afirmar que ese doloroso malentendido pertenece ya al pasado.

Con este problema, la Iglesia tuvo que aprender hace mucho tiempo que no tiene competencia para decidir en cuestiones científicas y que, como decía san Agustín: La Biblia no nos enseña cómo van los cielos sino cómo se va al cielo.




HABLA GALILEO:

«Tengo dos fuentes de consuelo perpetuo. Primero, que en mis escritos no se puede encontrar la más ligera sombra de irreverencia hacia la Santa Iglesia; y segundo, el testimonio de mi propia conciencia, que sólo yo en la tierra y Dios en los cielos conocemos a fondo»

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