Uno de los milagros vivientes más extraordinarios que Dios ha realizado para confirmar la fe católica es la imagen de la Virgen de Guadalupe de México. La Virgen María se apareció el 12 de diciembre de 1531 al indio Juan Diego y, al presentarle al obispo fray Juan de Zumárraga las rosas, que milagrosamente habían brotado en el cerro de Tepeyac, se imprimió milagrosamente en la tilma o manto de Juan Diego la maravillosa imagen de la Virgen de Guadalupe, tal como podemos contemplarla en la basílica de Guadalupe de México.
Los científicos norteamericanos Philip Serna Callahan y Jody Smith fotografiaron la imagen sin la protección del cristal con películas normales y con películas especiales para rayos infrarrojos. Tomaron 75 fotografías, 40 de las cuales con rayos infrarrojos y descubrieron que hay algunos añadidos en la imagen por obra de algún pintor humano. Se nota que pintaron una corona en la cabeza y dos ángeles a los costados, que después fueron borrados. También consideran añadidos la parte inferior de la imagen con el ángel y la luna, que está a sus pies. La imagen original comprende el vestido rosa, el manto azul, las manos, el pie, el rostro…
Después de estudiar durante dos años las fotografías tomadas, concluyeron: Es inexplicable humanamente el manto azul de la Virgen que es tan brillante que parece haber sido pintado unos días antes. El azul del manto es original y de un pigmento transparente y desconocido. Es inexplicable, sobre todo, por su densidad, brillantez y no estar descolorido después de tantos años.
En cuanto a la túnica o vestido de la Virgen, resalta su extraordinaria luminosidad. Refleja en alto grado la radiación visible y, sin embargo, es transparente a los rayos infrarrojos. En cuanto al pigmento rosa de la túnica, parece igualmente inexplicable. La túnica y el manto son tan brillantes y coloridos como si acabaran de ser pintados.
Una de las cosas que más llama la atención es la forma como se aprovecha la tilma, no preparada, para dar realismo, profundidad y vida a la imagen. Esto es evidente, sobre todo, en la boca, donde un fallo del hilo del ayate sobresale del plano de éste y sigue a la perfección el borde superior del labio. Ningún pintor humano hubiera escogido una tilma con fallas en su tejido y situarlas de tal forma que acentuaran las luces y sombras para dar un realismo semejante.
Lo hermoso del rostro y de las manos es su calidad de tono, que es un efecto físico de la luz reflejada, tanto por la tosca tilma como por la pintura misma. Esta técnica es prácticamente imposible para manos humanas. Pero la naturaleza nos ofrece con frecuencia esta iridiscencia en las plumas de las aves, picaflores y colibríes, en las escamas de las mariposas, etc. Tales colores obedecen a la refracción de la luz y no dependen de la absorción o reflexión de la luz por parte de los pigmentos moleculares, sino más bien del relieve de la superficie de las plumas o de las escamas de las mariposas. Esta iridiscencia natural de la tilma es inconcebiblemente humanamente y realmente asombroso. El rostro de María por este efecto de iridiscencia parece cambiar, si se lo ve desde diferentes ángulos, por el efecto de la difracción de la luz.
El doctor Philip Serna Callahan afirmó: La técnica utilizada al cuerpo y al rostro original es inexplicable. Por su parte, Jody Brant Smith afirmó: El doctor Callahan está de acuerdo con muchos millones, que a lo largo de los siglos han aceptado que el maravilloso rostro de la Virgen es pura y simplemente milagroso. Yo y el doctor Callahan nos sentimos obligados a admitir que la imagen de la Virgen de Guadalupe es verdaderamente un milagro. El descubrimiento de la ausencia de preparación en la pintura (sin pinceladas ni bocetos previos) y nuestra incapacidad para explicar la preservación de la tela así como el brillo de las partes originales de la imagen, nos pone al doctor Callahan y a mí en la lista de los que creen que la imagen fue creada sobrenaturalmente.
Uno de los milagros inexplicables para la ciencia es la conservación de la tela del tejido de la túnica de Juan Diego, en la que se imprimió la imagen de la Virgen. Normalmente, se desmorona en 20 años y, sin embargo, hasta ahora, desde 1531, sigue sin desgarrarse ni descomponerse. Además, tiene una cualidad inexplicable: es refractaria al polvo y a la humedad. En el tejido ni siquiera aparecen insectos y nunca ha creado hongos.
En 1785, una de los plateros, que limpiaba y pulía el marco de oro de la imagen derramó por descuido o accidente, sobre el tejido aguafuerte suficiente para destruir el lienzo y no lo hizo en absoluto.
En 1921, Luciano Pérez colocó una bomba en una ofrenda formada por un ramo de flores en el altar mayor de la basílica de Guadalupe. La bomba estalló y destruyó varias gradas de mármol, candeleros, floreros, vidrios de la mayor parte de las casas cercanas a la basílica y hasta un Cristo de latón, que se dobló y que aún se conserva. Pero no se quebró ni el cristal que protegía a la imagen.
El doctor Richard Kuhn, premio Nóbel de química de 1938, estudió dos fibras del manto, una de color rojo y otra de color amarillo, y afirmó que esos colorantes no pertenecían al reino vegetal, animal o mineral.
Científicamente, no se explica por qué el ayate rechaza a los insectos y al polvo
y no crea hongos. Tampoco se puede explicar por qué los colorantes no pertenecen al
reino mineral, vegetal o animal.
Pero lo más asombroso se encuentra en los ojos de la imagen, que parecen vivos. Más de veinte oftalmólogos han estudiado esos ojos y han afirmado que se comportan como los de una persona viva, pues al proyectar la luz de un oftalmoscopio sobre los ojos, el iris brilla más que el resto, no así la pupila; lo que da una sensación de profundidad. El doctor Rafael Torija fue el primero que descubrió en 1965 en los ojos de la Virgen el efecto Purkinje-Sansón, que sólo se da en personas vivas y no en fotografías. Pero lo más extraordinario de todo es lo que describió el doctor Aste Tönsmann en 1979, aumentando 2.500 veces los ojos de la imagen (de unos 7 a 8 mm.). Encontró claramente pintados en los dos ojos, de acuerdo a la perspectiva correspondiente, unas 15 personas, incluidos el obispo Zumárraga y el mismo Juan Diego. Aumentando 1.000 veces más los ojos del obispo, aparece también Juan Diego y otras personas que estaban presentes. Algo imposible de pintar en el siglo XVI en un espacio tan inmensamente pequeño .
Por eso, podemos decir, sin dudar, que es científicamente imposible de explicar la conservación del ayate de Juan Diego hasta la fecha. Tampoco se puede entender por qué no se destruyó el ayate del lienzo cuando se cayó sobre él acido nítrico (aguafuerte). Es incomprensible por qué no sufrió daño en el atentado dinamitero del 14 de noviembre de 1921.
Y mucho menos puede explicarse el efecto Purkinje-Sansón en los ojos de la Virgen y el porqué se ven claramente quince personas en un espacio tan pequeñísimo, aumentando 2.500 veces los ojos de la imagen.
En conclusión, podemos decir que la imagen original de la Virgen de Guadalupe es un milagro viviente y, como dijeron los científicos Smith y Callahan: Nos sentimos obligados a admitir que la imagen de la Virgen de Guadalupe es verdaderamente un milagro.
Fé y Ciencia
Bienvenido... Este blog ha sido creado con el propósito de manifestar con toda claridad que no hay oposición entre la ciencia y la fe. Ambas son obra de Dios y, por tanto, ambas, si son auténticas, deben llevarnos a Dios. Cuando algunos datos de la ciencia parecen oponerse a la fe, algo anda mal. O no es auténtica ciencia o no es auténtica fe.
lunes, 6 de diciembre de 2010
La Virgen de Guadalupe
viernes, 3 de diciembre de 2010
10 sacerdotes que estudiaron los cielos
"La Iglesia Católica ha dado más apoyo financiero y social al estudio de la astronomía por más de seis centurias, que ninguna otra institución en el mismo tiempo, y, probablemente, que todas las instituciones juntas; esto ha sido desde la Baja Edad Media hasta la Ilustración".
Con esta afirmación contundente, J.L Heilbron comienza su libro sobre el uso de las catedrales como observatorios de astronomía (The Sun in the Church. Cathedrals as Solar Observatories. Harvard University Press, 1999). Heilbron, profesor de la Universidad de California Berkeley, y autor de numerosas obras de divulgación de historia de la ciencia, cuenta (página 4) que el libro se originó en su mente durante la visita a cuatro catedrales italianas y una francesa, donde hace siglos que estaba instalado un "heliómetro" (instrumento para observaciones solares, como veremos). Impresionado por los edificios y su diseño coordinado con los heliómetros, decidió estudiar la época.
Heilbron recuerda que la astronomía es una ciencia estratégica: fue la primera ciencia moderna en aparecer, seguida por la mecánica: un paso clave en el progreso de la ciencia, dentro del cual la Iglesia tuvo un importante papel.
Hemos hecho una selección variada: ni los mejores ni los más importantes. Los jesuitas serían mayoría absoluta, por ejemplo, ya hay 32 astrónomos de la Compañía con un cráter dedicado en la luna. Hemos querido variedad: distintas épocas, distintos países, distintas condiciones sacerdotales y órdenes. Y han quedado fuera infinidad de clérigos que hicieron ciencia observando y midiendo los cielos (como Copérnico, que era canónigo en una catedral, pero no sacerdote).
1- Juan de Sacrobosco (o John Holywood, aprox.1195-1256)
El padre Lemaître formuló algunas propuestas que a Einstein -con él en esta foto- no le gustaron, hasta que Hubble las confirmó |
Galileo
Uno de los argumentos más traídos a colación por los anticatólicos para confirmar su idea de que la fe se opone a la ciencia es el caso de Galileo Galilei (1564-1642). Dicen: Si la Iglesia católica condenó a Galileo, es porque la ciencia y la fe son enemigos irreconciliables. Pero Galileo nunca creyó que sus teorías científicas iban en contra de su fe católica ni que iban contra la Biblia, aunque algunos jueces lo creyeran.
Sobre Galileo recordemos que fue un ferviente católico hasta su muerte, pero algunos ignorantes todavía creen que fue quemado en la hoguera por la Inquisición o que fue torturado o metido en prisión, lo cual es totalmente falso.
Galileo tomó su idea del heliocentrismo (la tierra da vueltas alrededor del sol) de Copérnico (1473-1543), un eclesiástico polaco. Copérnico publicó su gran obra De revolutionibus orbium caelestium en 1543 y se la dedicó al Papa Pablo III. En ella habla de que la tierra da vueltas alrededor del sol. Lutero y Calvino fueron los primeros que se indignaron por esta teoría que, según ellos, iba contra la Biblia. En cambio, fue bien recibida por muchos eclesiásticos católicos.
En 1611, Galileo fue recibido en audiencia por el Papa Pablo V y recibió muchos honores en Roma en el colegio Romano de los jesuitas, que tenían grandes astrónomos. Cuando Galileo escribió, en 1612, sus Cartas sobre las manchas solares, en las que defendía el sistema de Copérnico (heliocentrismo) recibió muchas cartas de felicitación, especialmente del cardenal Maffeo Barberini, que sería más tarde Urbano VIII.
Galileo estaba convencido de estar en la verdad, pero no podía convencer a nadie, porque no tenía pruebas; y la única prueba que dio de que el movimiento de las mareas era debido al movimiento de la tierra, era y es falsa, pues sabemos que el flujo y el reflujo del agua del mar se debe a la atracción de la luna. Sin embargo, él insistía en proponer sus ideas como verdaderas y no como una teoría que había que demostrar.
Se conserva una carta famosa del cardenal Roberto Belarmino al carmelita Paolo Antonio Foscarini, del 12 de abril de 1615, en la que menciona a Galileo y afirma que no habría problema de hablar del movimiento de la tierra, si se hablara de modo hipotético, limitándose a decir que, suponiendo que la Tierra gira alrededor del sol, se explican mejor muchos fenómenos. El mismo cardenal se reunió personalmente con Galileo el 26 de febrero de 1616. En sus declaraciones a los jueces de la Inquisición que el 12 de abril de 1633 le preguntaron a Galileo qué le había dicho el cardenal, él respondió tal como está registrado: El señor cardenal Belarmino me informó que la mencionada opinión de Copérnico se podía sostener de modo hipotético como el mismo Copérnico la había sostenido. Así se puede ver por la respuesta del mismo señor cardenal a una carta del padre Pablo Antonio Foscarini, de la cual tengo una copia, y que contiene estas palabras: Me parece que Vuestra paternidad y el señor Galileo actúan prudentemente al limitarse a hablar hipotéticamente y no de modo absoluto y que, de otro modo, o sea, si se la considera absolutamente (la opinión de Copérnico), no se debía sostener ni defender.
Pero, a pesar de las recomendaciones del cardenal Belarmino de 1616, en 1632 escribió Galileo su Diálogo sobre los grandes sistemas del mundo en el que hizo caso omiso del compromiso de presentar su opinión copernicana como hipótesis. Entonces intervino la Inquisición y lo juzgó.
Pero, a pesar de las recomendaciones del cardenal Belarmino de 1616, en 1632 escribió Galileo su Diálogo sobre los grandes sistemas del mundo en el que hizo caso omiso del compromiso de presentar su opinión copernicana como hipótesis. Entonces intervino la Inquisición y lo juzgó.
Con esa condena, Galileo no perdió la amistad de obispos ni científicos, que venían a visitarlo a su casa; pero realmente fue una humillación y un sufrimiento que la Iglesia ha lamentado durante siglos. De todos modos, debe quedar claro que en todo este asunto, el Papa no firmó ningún documento ni hizo ninguna declaración pública. Fue una decisión del Tribunal de la Inquisición y, por tanto, no fue un dogma de fe, como si fuera una verdad irreformable. Por eso, cuando se demostró que el copernicanismo era cierto, la Iglesia en 1741 dio permiso para publicar las obras de Galileo con autorización de la Inquisición.
En este asunto complicado de Galileo hay que tener en cuenta la mentalidad de los eclesiásticos y de la mayoría de científicos de aquel tiempo que creían, sin dudar, que la Tierra era el centro del mundo y que el sol daba vueltas a su alrededor en órbitas esféricas. Galileo puso el centro del mundo en el sol, pero no supo demostrarlo y su teoría de las mareas, para explicar el movimiento de la tierra, era falso.
El gravísimo error de los jueces de Galileo fue querer impedir la libre investigación científica (cosa que no le compete a la Iglesia) por creer que esas ideas iban en contra de la Biblia. Por ello, la Iglesia ya pidió perdón en la Gran jornada del perdón del 12 de marzo del 2000. Juan Pablo II dijo en la homilía de la basílica de san Pedro: Reconocer los errores del pasado, sirve para despertar nuestras conciencias frente a los compromisos del presente. Pedimos perdón por el uso de la violencia en el servicio de la verdad que algunos han realizado. Igualmente, en el concilio Vaticano II se había declarado: Son de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que seguidas de agrias polémicas indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe.
El Papa Juan Pablo II, en 1981, nombró una Comisión integrada por los mejores especialistas, no solo católicos, para tratar a fondo el tema de Galileo. Con este motivo, se abrieron a todos los estudiosos los archivos secretos del Vaticano. Esta Comisión terminó sus estudios en 1992 y el 31 de octubre de ese año en una sesión solemne, en la Sala de Audiencias del Palacio Apostólico, al que asistieron los miembros de la Academia Pontificia de Ciencias, el cardenal Poupard, presidente de la Comisión, hizo un resumen de los trabajos de la Comisión. Defendió la actuación del cardenal Belarmino en el caso Galileo. Mencionó que Galileo no tenía pruebas concluyentes a favor del movimiento de la Tierra y afirmó claramente que la sentencia del Santo Oficio (Inquisición) no era absolutamente irreformable y que ya en 1741, cuando se dispuso de pruebas del movimiento de la Tierra, el Papa autorizó la publicación de las obras completas de Galileo.
En la parte final del discurso afirmó: En esa coyuntura histórico-cultural, muy alejada de la nuestra, los jueces de Galileo, incapaces de disociar la fe de una cosmología milenaria, creyeron equivocadamente que la adopción de la revolución copernicana, que por lo demás todavía no había sido probada definitivamente, podía quebrar la tradición católica y que era su deber prohibir su enseñanza. Este error subjetivo de juicio, tan claro para nosotros hoy día, les condujo a una medida disciplinaria a causa de la cual Galileo debió sufrir mucho. Es preciso reconocer lealmente estos errores.
Por su parte, el Papa, en su intervención, afirmó: El caso Galileo era el símbolo del pretendido rechazo del progreso científico por parte de la Iglesia o bien del oscurantismo dogmático opuesto a la búsqueda libre de la verdad. Este mito ha jugado un papel cultural considerable, ha contribuido a afianzar en muchos científicos de buena fe la idea de que existe incompatibilidad entre el espíritu de la ciencia y su ética de investigación, por una parte; y la fe cristiana, por la otra. Una trágica incomprensión reciproca ha sido interpretada como el reflejo de la oposición constitutiva entre ciencia y fe. Las aclaraciones aportadas por los recientes estudios históricos nos permiten afirmar que ese doloroso malentendido pertenece ya al pasado.
Con este problema, la Iglesia tuvo que aprender hace mucho tiempo que no tiene competencia para decidir en cuestiones científicas y que, como decía san Agustín: La Biblia no nos enseña cómo van los cielos sino cómo se va al cielo.
La Sábana Santa
La Homosexualidad
Un grave error, que ha traído gravísimas consecuencias, es la consideración de la homosexualidad como algo normal. Hasta 1973 la DSM (Diagnostic and statical Manual of mental disorder; Manual de diagnóstico de desórdenes mentales) de Estados Unidos, incluía a la homosexualidad entre los desórdenes mentales. Pero ese año fue extraída de la lista en medio de mucha controversia. El activista homosexual Ronald Bayer dijo que tuvieron que presionar a la Asociación siquiátrica americana para que quitaran a la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. Hasta ese año, los homosexuales consideraban a la siquiatría como su enemiga número uno.
Hacia el año setenta, homosexuales militantes irrumpían en los Congresos de la APA (Asociación americana de siquiatras), retiraban paneles científicos sobre el tratamiento de personas con sentimientos homosexuales y lanzaban acusaciones de crueldad con amenazas personales a siquiatras prominentes. Este movimiento provocó
la formación de un panel de expertos (task force), dirigido por el doctor Socarides y, a los dos años de constituirse, concluyeron que la homosexualidad debía considerarse como un trastorno del desarrollo sicosexual.
En 1972, se constituyó otro panel de expertos dirigido por el doctor Spitzer que apoyó las solicitudes a favor de un referéndum en la APA para zanjar el tema. Se organizó una votación en el seno de la APA, de unos 30.000 miembros en esa época, en medio de presiones de los activistas homosexuales, que incluso financiaron cartas pidiendo el voto favorable.
En esta votación participaron solamente el 25% (7.500) de los miembros de la APA y el resultado fue que aproximadamente el 60% (1.500) estaba a favor de eliminar la homosexualidad del Manual de diagnóstico. Y así se decidió. En 1977, se realizó una encuesta aleatoria a 10.000 miembros de la APA y resultó que el 69% (6.900) afirmaba que la homosexualidad suele ser más bien una adaptación patológica que una variación normal. Y se concluyó, diciendo que el estudio anterior fue fruto de consideraciones políticas y sociales más que científicas. Pero ya era demasiado tarde.
Probablemente, no exista otro ejemplo en la historia de la medicina donde se decida sobre la declaración o no de un fenómeno como enfermedad por votación simple y sin criterios científicos claramente comprobados.
A partir de ese momento, en que fue eliminada la homosexualidad como enfermedad, no hay reunión o Congreso, en que los militantes gays no digan que está científicamente demostrado que no es una enfermedad y que esta inclinación es totalmente normal. Incluso, en l986, lograron otro triunfo, al conseguir que se excluyera la pedofilia de la lista de trastornos sicológicos.
Pero ¿es realmente científico decir que la homosexualidad es normal, de origen genético y que uno nace así y no puede cambiar? ¿Cómo, entonces, dos gemelos idénticos pueden tener inclinaciones sexuales diferentes?
¿Cómo hay miles de homosexuales que fueron activos durante mucho tiempo y pudieron sanarse y fundar verdaderos matrimonios con hijos? ¿Es normal que las parejas homosexuales sean infieles en un 95% y que las fieles no permanezcan unidas más de cinco años? ¿Por qué los varones homosexuales son seis veces más propensos a suicidarse qué los varones heterosexuales? ¿Por qué en los heterosexuales hay un 3% de intentos de suicidio, mientras que en adultos homosexuales es un 18%? ¿Por qué el 60% de homosexuales han recurrido alguna vez a sicólogos o siquiatras? ¿Por qué el 78% de homosexuales han sido afectados alguna vez por una enfermedad de transmisión sexual?
¿Por qué la práctica homosexual reduce la esperanza de vida hasta en 20 años? ¿Por qué según estadísticas del gobierno norteamericano de 1992, entre el 17% y el 24% de chicos menores de 18 años habían sido víctimas de abusos por parte de homosexuales, comparado con el 0.09% de chicas abusadas por heterosexuales? Hay aquí una diferencia enorme con relación a este problema de la pederastia. De ahí que lucharon y obtuvieron en 1986, el triunfo de que la pedofilia no fuera considerada como enfermedad sicológica en Estados Unidos.
Matt Foreman, director ejecutivo saliente de la National gay and lesbian task force (NGLTF), una de las organizaciones homosexuales más influyentes, dijo en una conferencia el 15 de febrero de 2008 que la conducta homosexual es la principal causa del virus del sida. El 70 % de los que tienen sida en Estados Unidos son homosexuales o bisexuales. Y ahora se está extendiendo otra nueva mutación mortal del virus del sida, el estafilococo dorado, que ha aparecido entre los homosexuales.
¿Es realmente una verdad científica que la homosexualidad es algo normal? ¿Basada solamente en una encuesta aprobada por 4.500 siquiatras entre 30.000? ¿Así pueden exigir tener los mismos derechos que los heterosexuales para casarse y adoptar
niños?.