lunes, 6 de diciembre de 2010

La Virgen de Guadalupe

Uno de los milagros vivientes más extraordinarios que Dios ha realizado para confirmar la fe católica es la imagen de la Virgen de Guadalupe de México. La Virgen María se apareció el 12 de diciembre de 1531 al indio Juan Diego y, al presentarle al obispo fray Juan de Zumárraga las rosas, que milagrosamente habían brotado en el cerro de Tepeyac, se imprimió milagrosamente en la tilma o manto de Juan Diego la maravillosa imagen de la Virgen de Guadalupe, tal como podemos contemplarla en la basílica de Guadalupe de México.


Los científicos norteamericanos Philip Serna Callahan y Jody Smith fotografiaron la imagen sin la protección del cristal con películas normales y con películas especiales para rayos infrarrojos. Tomaron 75 fotografías, 40 de las cuales con rayos infrarrojos y descubrieron que hay algunos añadidos en la imagen por obra de algún pintor humano. Se nota que pintaron una corona en la cabeza y dos ángeles a los costados, que después fueron borrados. También consideran añadidos la parte inferior de la imagen con el ángel y la luna, que está a sus pies. La imagen original comprende el vestido rosa, el manto azul, las manos, el pie, el rostro…


Después de estudiar durante dos años las fotografías tomadas, concluyeron: Es inexplicable humanamente el manto azul de la Virgen que es tan brillante que parece haber sido pintado unos días antes. El azul del manto es original y de un pigmento transparente y desconocido. Es inexplicable, sobre todo, por su densidad, brillantez y no estar descolorido después de tantos años.


En cuanto a la túnica o vestido de la Virgen, resalta su extraordinaria luminosidad. Refleja en alto grado la radiación visible y, sin embargo, es transparente a los rayos infrarrojos. En cuanto al pigmento rosa de la túnica, parece igualmente inexplicable. La túnica y el manto son tan brillantes y coloridos como si acabaran de ser pintados.


Una de las cosas que más llama la atención es la forma como se aprovecha la tilma, no preparada, para dar realismo, profundidad y vida a la imagen. Esto es evidente, sobre todo, en la boca, donde un fallo del hilo del ayate sobresale del plano de éste y sigue a la perfección el borde superior del labio. Ningún pintor humano hubiera escogido una tilma con fallas en su tejido y situarlas de tal forma que acentuaran las luces y sombras para dar un realismo semejante.


Lo hermoso del rostro y de las manos es su calidad de tono, que es un efecto físico de la luz reflejada, tanto por la tosca tilma como por la pintura misma. Esta técnica es prácticamente imposible para manos humanas. Pero la naturaleza nos ofrece con frecuencia esta iridiscencia en las plumas de las aves, picaflores y colibríes, en las escamas de las mariposas, etc. Tales colores obedecen a la refracción de la luz y no dependen de la absorción o reflexión de la luz por parte de los pigmentos moleculares, sino más bien del relieve de la superficie de las plumas o de las escamas de las mariposas. Esta iridiscencia natural de la tilma es inconcebiblemente humanamente y realmente asombroso. El rostro de María por este efecto de iridiscencia parece cambiar, si se lo ve desde diferentes ángulos, por el efecto de la difracción de la luz.


El doctor Philip Serna Callahan afirmó: La técnica utilizada al cuerpo y al rostro original es inexplicable. Por su parte, Jody Brant Smith afirmó: El doctor Callahan está de acuerdo con muchos millones, que a lo largo de los siglos han aceptado que el maravilloso rostro de la Virgen es pura y simplemente milagroso. Yo y el doctor Callahan nos sentimos obligados a admitir que la imagen de la Virgen de Guadalupe es verdaderamente un milagro. El descubrimiento de la ausencia de preparación en la pintura (sin pinceladas ni bocetos previos) y nuestra incapacidad para explicar la preservación de la tela así como el brillo de las partes originales de la imagen, nos pone al doctor Callahan y a mí en la lista de los que creen que la imagen fue creada sobrenaturalmente.



Uno de los milagros inexplicables para la ciencia es la conservación de la tela del tejido de la túnica de Juan Diego, en la que se imprimió la imagen de la Virgen. Normalmente, se desmorona en 20 años y, sin embargo, hasta ahora, desde 1531, sigue sin desgarrarse ni descomponerse. Además, tiene una cualidad inexplicable: es refractaria al polvo y a la humedad. En el tejido ni siquiera aparecen insectos y nunca ha creado hongos.


En 1785, una de los plateros, que limpiaba y pulía el marco de oro de la imagen derramó por descuido o accidente, sobre el tejido aguafuerte suficiente para destruir el lienzo y no lo hizo en absoluto.


En 1921, Luciano Pérez colocó una bomba en una ofrenda formada por un ramo de flores en el altar mayor de la basílica de Guadalupe. La bomba estalló y destruyó varias gradas de mármol, candeleros, floreros, vidrios de la mayor parte de las casas cercanas a la basílica y hasta un Cristo de latón, que se dobló y que aún se conserva. Pero no se quebró ni el cristal que protegía a la imagen.


El doctor Richard Kuhn, premio Nóbel de química de 1938, estudió dos fibras del manto, una de color rojo y otra de color amarillo, y afirmó que esos colorantes no pertenecían al reino vegetal, animal o mineral.

Científicamente, no se explica por qué el ayate rechaza a los insectos y al polvo
y no crea hongos. Tampoco se puede explicar por qué los colorantes no pertenecen al
reino mineral, vegetal o animal.



Pero lo más asombroso se encuentra en los ojos de la imagen, que parecen vivos. Más de veinte oftalmólogos han estudiado esos ojos y han afirmado que se comportan como los de una persona viva, pues al proyectar la luz de un oftalmoscopio sobre los ojos, el iris brilla más que el resto, no así la pupila; lo que da una sensación de profundidad. El doctor Rafael Torija fue el primero que descubrió en 1965 en los ojos de la Virgen el efecto Purkinje-Sansón, que sólo se da en personas vivas y no en fotografías. Pero lo más extraordinario de todo es lo que describió el doctor Aste Tönsmann en 1979, aumentando 2.500 veces los ojos de la imagen (de unos 7 a 8 mm.). Encontró claramente pintados en los dos ojos, de acuerdo a la perspectiva correspondiente, unas 15 personas, incluidos el obispo Zumárraga y el mismo Juan Diego. Aumentando 1.000 veces más los ojos del obispo, aparece también Juan Diego y otras personas que estaban presentes. Algo imposible de pintar en el siglo XVI en un espacio tan inmensamente pequeño .


Por eso, podemos decir, sin dudar, que es científicamente imposible de explicar la conservación del ayate de Juan Diego hasta la fecha. Tampoco se puede entender por qué no se destruyó el ayate del lienzo cuando se cayó sobre él acido nítrico (aguafuerte). Es incomprensible por qué no sufrió daño en el atentado dinamitero del 14 de noviembre de 1921.


Y mucho menos puede explicarse el efecto Purkinje-Sansón en los ojos de la Virgen y el porqué se ven claramente quince personas en un espacio tan pequeñísimo, aumentando 2.500 veces los ojos de la imagen.


En conclusión, podemos decir que la imagen original de la Virgen de Guadalupe es un milagro viviente y, como dijeron los científicos Smith y Callahan: Nos sentimos obligados a admitir que la imagen de la Virgen de Guadalupe es verdaderamente un milagro.

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viernes, 3 de diciembre de 2010

10 sacerdotes que estudiaron los cielos

"La Iglesia Católica ha dado más apoyo financiero y social al estudio de la astronomía por más de seis centurias, que ninguna otra institución en el mismo tiempo, y, probablemente, que todas las instituciones juntas; esto ha sido desde la Baja Edad Media hasta la Ilustración".

Con esta afirmación contundente, J.L Heilbron comienza su libro sobre el uso de las catedrales como observatorios de astronomía (The Sun in the Church. Cathedrals as Solar Observatories. Harvard University Press, 1999). Heilbron, profesor de la Universidad de California Berkeley, y autor de numerosas obras de divulgación de historia de la ciencia, cuenta (página 4) que el libro se originó en su mente durante la visita a cuatro catedrales italianas y una francesa, donde hace siglos que estaba instalado un "heliómetro" (instrumento para observaciones solares, como veremos). Impresionado por los edificios y su diseño coordinado con los heliómetros, decidió estudiar la época.


Heilbron recuerda que la astronomía es una ciencia estratégica: fue la primera ciencia moderna en aparecer, seguida por la mecánica: un paso clave en el progreso de la ciencia, dentro del cual la Iglesia tuvo un importante papel.

Puesto que estamos en el Año Internacional de la Astronomía según la Unesco (conmemora los 400 años desde que Galileo apuntó al cielo con el primer telescopio) y el Papa ha decretado un Año Sacerdotal... ¿por qué no recordar diez figuras de sacerdotes astrónomos?

Hemos hecho una selección variada: ni los mejores ni los más importantes. Los jesuitas serían mayoría absoluta, por ejemplo, ya hay 32 astrónomos de la Compañía con un cráter dedicado en la luna. Hemos querido variedad: distintas épocas, distintos países, distintas condiciones sacerdotales y órdenes. Y han quedado fuera infinidad de clérigos que hicieron ciencia observando y midiendo los cielos (como Copérnico, que era canónigo en una catedral, pero no sacerdote).


DIEZ SACERDOTES ASTRÓNOMOS


1- Juan de Sacrobosco (o John Holywood, aprox.1195-1256)
Wikipedia no lo dice, pero este escocés era monje premonstratense (orden fundada por san Norberto en 1120, que incluso en nuestros días da frutos, como el padre Van Straaten, fundador de Ayuda a la Iglesia Necesitada). Desde París ejerció de profesor de astronomía y matemáticas. Su manual de astronomía De Sphaera Mundi fue probablemente el más copiado, traducido, leído y reeditado del siglo XIII hasta su última impresión en 1647. Fue el primer libro impreso de astronomía (en 1472). Trataba de la división del día, el movimiento de los planetas, el fenómeno de los eclipses, las propiedades de la esfera... También escribió De Anni Ratione en 1232, donde señala un error de 10 días en el calendario juliano. Le dedicaron un cráter en la Luna.

2 - Nicolás de Oresme (aprox.1323-1382)
Obispo de Lisieux desde 1377, fue la gran estrella de la ciencia del siglo XIV. Gran matemático y físico, utilizaba el infinito con frecuencia, algo que la matemática griega desde Euclides evitaba con horror. En su libro en francés Du ciel et du monde afirmó que era más probable que la Tierra gire sobre sí misma que no que lo haga el cielo a su alrededor, con lo que abría el camino a Copérnico.

3 y 4 - Giovanni Battista Riccioli (1598-1671) y Francesco Grimaldi (1613-1663)
Son los jesuitas que hicieron el mapa de la luna que aún hoy sigue siendo la base para lós topónimos que usamos. El mapa más antiguo de nuestro satélite se realizó en España, obra del astrónomo real de Felipe IV, el holandés Michael von Langren, en 1645, que lo llenó de nombres de santos, vírgenes y miembros de la familia real española. Aquella nomenclatura no cuajó en Europa. En cambio, cuando en 1651 los Riccioli y Grimaldi publicaron su monumental y detallada "Almagestum Novum", gustó cómo dedicaban cráteres a Copérnico, Galileo, Kepler... Grimaldi fue el cartógrafo. Además era un pionero en los estudios de difracción de la luz: de hecho, él inventó la palabra. Riccioli fue pionero en la medición de objetos en caída libre. Hoy, ambos tienen dedicados dos cráteres, muy juntitos, en la luna.

5 - Jean Piccard (1620-1683)
Sacerdote y prior de la abadía de Rille (Anjou, Francia), adquirió la pasión por la astronomía del padre Gassendi. Fue su sucesor en el Collège de France, el principal promotor del Observatorio de París y se le considera el padre de la astronomía de precisión, al aplicar al telescopia las medidas del acimut y altura de los astros. Descubrió que la longitud del péndulo que marcaba los segundos en distintos observatorios era distinta según la latitud. Sus cálculos para medir la Tierra hicieron repasar a Newton sus estudios sobre la órbita de la luna. Descubrió el movimiento de nutación de la Tierra (aunque el nombre "nutación" lo puso Bradley en 1747). Midió la distancia al sol en 140 millones de kilómetros: el primer cálculo aceptablemente correcto (hoy sabemos que son 149,5 millones). Fue el primero en publicar anuarios astronómicos. (El capitán Jean Luc Piccard, de la serie Star Trek, no toma su nombre de este astrónomo, sino de unos gemelos científicos suizos diseñadores de globos de inicios del siglo XX).

6- Louis Feuillée (1660-1732)
También llamado Louis Feuillet, era miembro de la Orden de los Mínimos (como otro gran amante de la ciencia, Marin Mersenne) y fue matemático real de Luis XIV, explorador del Caribe y Sudamérica, geógrafo, botánico y astrónomo. En la Vía Láctea del sur localizó tres nebulosas oscuras de polvo absorbente. Determinó la posición del meridiano de la isla canaria de Hierro. Por sus viajes y estudios, el rey le construyó un observatorio para que siguiera sus investigaciones. Tiene un cráter dedicado en la luna.

7 - Giuseppe Piazzi (1746-1826)
Sacerdote italiano y monje teatino, fundó el observatorio astronómico de Palermo. En 1801 descubrió el asteroide Ceres, hasta ahora el de mayor tamaño que se conoce. Se dedicó durante muchos años a elaborar un catálogo de estrellas (con la posición de miles de ellas), pero pronto sería superado por otros catálogos (el de Bessel recogía unas 75.000 estrellas, y el de Argelander, unas 259.000).

8 - Angelo Secchi (1818-1878)
El jesuita Secchi se considera el más notable astrónomo del Observatorio Romano, y de los principales del siglo XIX. Fue el primero en estudiar las estrellas espectroscópicamente. Su clasificación (blancas-azules, amarillas, rojas) sigue siendo base de la usada hoy. Escribió más de 300 obras. Fotografió un eclipse de sol (era la época de los inicios de la fotografía) y así mostró la existencia de la corona solar. En 1870 las tropas italianas conquistan Roma, dispersan la Compañía de Jesús y confiscan el Observatorio, pero no les queda más remedio que mantener a Secchi como director al frente del centro. Tiene dedicado un cráter en la luna y otro en Marte (él inventó la palabra "canales" para referirse a ciertas observaciones del planeta rojo).  

9 -George Lemaître (1894 -1966)
Belga, veterano de guerra condecorado, tras un ataque con gas de cloro en la Primera Guerra Mundial decidió entregarse a Dios. Fue sacerdote y profesor de física y astronomía en la Universidad Católica de Lovaina, y padre de la "teoría del Big bang", que él llamaba "del átomo primitivo" ("big bang" fue el nombre despectivo que le dio el astrónomo Fred Hoyle) y formuló por vez primera en 1927 en un artículo enviado a "Nature", que se adelantaba en dos años a los descubrimientos de Hubble.

10 - Ramón María Aller Ulloa (1878-1966)
Para recoger un clérigo español que no sea jesuita (los directores Rodés y Romañá del Observatorio del Ebro, con sus cráteres lunares dedicados, serían buenos ejemplos de éstos) recordaremos la figura de Ramón Aller, cura, matemático y astrónomo pontevedrés. Fue catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela, dominaba 10 idiomas, desarrolló instrumentos que fueron adoptados por otros centros (como el Observatorio de París) y descubrió cuatro estrellas. Fue miembro de la Academia de Ciencias Exactas de Madrid y tiene un cráter a su nombre en la luna. Es un ejemplo de la normalidad con que el sacerdocio y la astronomía han convivido incluso en el agitado siglo XX español.

El padre Lemaître formuló algunas propuestas que a Einstein -con él en esta foto- no le gustaron, hasta que Hubble las confirmó


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Galileo

Uno de los argumentos más traídos a colación por los anticatólicos para confirmar su idea de que la fe se opone a la ciencia es el caso de Galileo Galilei (1564-1642). Dicen: Si la Iglesia católica condenó a Galileo, es porque la ciencia y la fe son enemigos irreconciliables. Pero Galileo nunca creyó que sus teorías científicas iban en contra de su fe católica ni que iban contra la Biblia, aunque algunos jueces lo creyeran.

Sobre Galileo recordemos que fue un ferviente católico hasta su muerte, pero algunos ignorantes todavía creen que fue quemado en la hoguera por la Inquisición o que fue torturado o metido en prisión, lo cual es totalmente falso.

Galileo tomó su idea del heliocentrismo (la tierra da vueltas alrededor del sol) de Copérnico (1473-1543), un eclesiástico polaco. Copérnico publicó su gran obra De revolutionibus orbium caelestium en 1543 y se la dedicó al Papa Pablo III. En ella habla de que la tierra da vueltas alrededor del sol. Lutero y Calvino fueron los primeros que se indignaron por esta teoría que, según ellos, iba contra la Biblia. En cambio, fue bien recibida por muchos eclesiásticos católicos.

En 1611, Galileo fue recibido en audiencia por el Papa Pablo V y recibió muchos honores en Roma en el colegio Romano de los jesuitas, que tenían grandes astrónomos. Cuando Galileo escribió, en 1612, sus Cartas sobre las manchas solares, en las que defendía el sistema de Copérnico (heliocentrismo) recibió muchas cartas de felicitación, especialmente del cardenal Maffeo Barberini, que sería más tarde Urbano VIII.

Galileo estaba convencido de estar en la verdad, pero no podía convencer a nadie, porque no tenía pruebas; y la única prueba que dio de que el movimiento de las mareas era debido al movimiento de la tierra, era y es falsa, pues sabemos que el flujo y el reflujo del agua del mar se debe a la atracción de la luna. Sin embargo, él insistía en proponer sus ideas como verdaderas y no como una teoría que había que demostrar.

Se conserva una carta famosa del cardenal Roberto Belarmino al carmelita Paolo Antonio Foscarini, del 12 de abril de 1615, en la que menciona a Galileo y afirma que no habría problema de hablar del movimiento de la tierra, si se hablara de modo hipotético, limitándose a decir que, suponiendo que la Tierra gira alrededor del sol, se explican mejor muchos fenómenos. El mismo cardenal se reunió personalmente con Galileo el 26 de febrero de 1616. En sus declaraciones a los jueces de la Inquisición que el 12 de abril de 1633 le preguntaron a Galileo qué le había dicho el cardenal, él respondió tal como está registrado: El señor cardenal Belarmino me informó que la mencionada opinión de Copérnico se podía sostener de modo hipotético como el mismo Copérnico la había sostenido. Así se puede ver por la respuesta del mismo señor cardenal a una carta del padre Pablo Antonio Foscarini, de la cual tengo una copia, y que contiene estas palabras: Me parece que Vuestra paternidad y el señor Galileo actúan prudentemente al limitarse a hablar hipotéticamente y no de modo absoluto y que, de otro modo, o sea, si se la considera absolutamente (la opinión de Copérnico), no se debía sostener ni defender.

Pero, a pesar de las recomendaciones del cardenal Belarmino de 1616, en 1632 escribió Galileo su Diálogo sobre los grandes sistemas del mundo en el que hizo caso omiso del compromiso de presentar su opinión copernicana como hipótesis. Entonces intervino la Inquisición y lo juzgó.

Pero, a pesar de las recomendaciones del cardenal Belarmino de 1616, en 1632 escribió Galileo su Diálogo sobre los grandes sistemas del mundo en el que hizo caso omiso del compromiso de presentar su opinión copernicana como hipótesis. Entonces intervino la Inquisición y lo juzgó.

Con esa condena, Galileo no perdió la amistad de obispos ni científicos, que venían a visitarlo a su casa; pero realmente fue una humillación y un sufrimiento que la Iglesia ha lamentado durante siglos. De todos modos, debe quedar claro que en todo este asunto, el Papa no firmó ningún documento ni hizo ninguna declaración pública. Fue una decisión del Tribunal de la Inquisición y, por tanto, no fue un dogma de fe, como si fuera una verdad irreformable. Por eso, cuando se demostró que el copernicanismo era cierto, la Iglesia en 1741 dio permiso para publicar las obras de Galileo con autorización de la Inquisición.

En este asunto complicado de Galileo hay que tener en cuenta la mentalidad de los eclesiásticos y de la mayoría de científicos de aquel tiempo que creían, sin dudar, que la Tierra era el centro del mundo y que el sol daba vueltas a su alrededor en órbitas esféricas. Galileo puso el centro del mundo en el sol, pero no supo demostrarlo y su teoría de las mareas, para explicar el movimiento de la tierra, era falso.

El gravísimo error de los jueces de Galileo fue querer impedir la libre investigación científica (cosa que no le compete a la Iglesia) por creer que esas ideas iban en contra de la Biblia. Por ello, la Iglesia ya pidió perdón en la Gran jornada del perdón del 12 de marzo del 2000. Juan Pablo II dijo en la homilía de la basílica de san Pedro: Reconocer los errores del pasado, sirve para despertar nuestras conciencias frente a los compromisos del presente. Pedimos perdón por el uso de la violencia en el servicio de la verdad que algunos han realizado. Igualmente, en el concilio Vaticano II se había declarado: Son de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que seguidas de agrias polémicas indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe.

El Papa Juan Pablo II, en 1981, nombró una Comisión integrada por los mejores especialistas, no solo católicos, para tratar a fondo el tema de Galileo. Con este motivo, se abrieron a todos los estudiosos los archivos secretos del Vaticano. Esta Comisión terminó sus estudios en 1992 y el 31 de octubre de ese año en una sesión solemne, en la Sala de Audiencias del Palacio Apostólico, al que asistieron los miembros de la Academia Pontificia de Ciencias, el cardenal Poupard, presidente de la Comisión, hizo un resumen de los trabajos de la Comisión. Defendió la actuación del cardenal Belarmino en el caso Galileo. Mencionó que Galileo no tenía pruebas concluyentes a favor del movimiento de la Tierra y afirmó claramente que la sentencia del Santo Oficio (Inquisición) no era absolutamente irreformable y que ya en 1741, cuando se dispuso de pruebas del movimiento de la Tierra, el Papa autorizó la publicación de las obras completas de Galileo.

En la parte final del discurso afirmó: En esa coyuntura histórico-cultural, muy alejada de la nuestra, los jueces de Galileo, incapaces de disociar la fe de una cosmología milenaria, creyeron equivocadamente que la adopción de la revolución copernicana, que por lo demás todavía no había sido probada definitivamente, podía quebrar la tradición católica y que era su deber prohibir su enseñanza. Este error subjetivo de juicio, tan claro para nosotros hoy día, les condujo a una medida disciplinaria a causa de la cual Galileo debió sufrir mucho. Es preciso reconocer lealmente estos errores.

Por su parte, el Papa, en su intervención, afirmó: El caso Galileo era el símbolo del pretendido rechazo del progreso científico por parte de la Iglesia o bien del oscurantismo dogmático opuesto a la búsqueda libre de la verdad. Este mito ha jugado un papel cultural considerable, ha contribuido a afianzar en muchos científicos de buena fe la idea de que existe incompatibilidad entre el espíritu de la ciencia y su ética de investigación, por una parte; y la fe cristiana, por la otra. Una trágica incomprensión reciproca ha sido interpretada como el reflejo de la oposición constitutiva entre ciencia y fe. Las aclaraciones aportadas por los recientes estudios históricos nos permiten afirmar que ese doloroso malentendido pertenece ya al pasado.

Con este problema, la Iglesia tuvo que aprender hace mucho tiempo que no tiene competencia para decidir en cuestiones científicas y que, como decía san Agustín: La Biblia no nos enseña cómo van los cielos sino cómo se va al cielo.




HABLA GALILEO:

«Tengo dos fuentes de consuelo perpetuo. Primero, que en mis escritos no se puede encontrar la más ligera sombra de irreverencia hacia la Santa Iglesia; y segundo, el testimonio de mi propia conciencia, que sólo yo en la tierra y Dios en los cielos conocemos a fondo»

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La Sábana Santa

Grande fue el error cometido por tres laboratorios que en 1988 estudiaron unos trozos de tela de la sábana santa de Turín y determinaron que correspondían a los años comprendidos entre 1260 y 1390, es decir, que no podía ser la sábana de Cristo y, por tanto, era una falsificación. Los tres laboratorios que hicieron la misma prueba del carbono 14 eran el de Zurich (Suiza), Oxford (Inglaterra) y Tucson (Estados Unidos).

En ese momento, todos los medios de comunicación del mundo dieron la noticia, afirmando que científicamente se había demostrado que la sábana santa era falsa y que una vez más se descubría que la Iglesia católica fomentaba las supersticiones. Incluso, actualmente, la mayor parte de la gente cree que el tema ya está concluido y que no hay nada más que hablar.

Pero comencemos por decir que los mismos laboratorios, al dar su informe decían que había un 95% de probabilidades de que sus datos fueran ciertos. No descartaban un margen del 5% de equivocación. Y ¿puede algo ser tomado por científicamente seguro, cuando hay un margen de 5% de duda? Los tres laboratorios hicieron la misma prueba y se comunicaron entre sí en contra de lo pactado. Además se filtró la noticia a los medios de comunicación antes de informar al cardenal Ballestrero de Turín en contra de lo establecido. Los periódicos en grandes titulares daban la noticia: Comprobado, es una falsificación.

Sin embargo, las cosas no eran así de simples. El mismo inventor del método del carbono 14 Willard Frank Libby (1908-1980) ya había dicho años antes que ese método no servía para aplicarse a la sábana santa. El doctor Gove, coinventor de la variante AMS (Accelerator mass spectrometer) del método de carbono 14, que fue la que usaron los laboratorios, escribió al Papa para aconsejarle que no hiciera la prueba, porque debían tener en cuenta muchos factores, ya que de otro modo, los resultados serían falsos.

Eso es lo que sucedió. No tuvieron en cuenta que la sábana santa había sido contaminada a lo largo de los siglos, porque había sido expuesta al ambiente durante mucho tiempo en las ostensiones públicas. Además, había sufrido tres incendios, que alteraban los datos del carbono 14.

El gran experto ruso en radiodatación Dimitri Kouznetzov demostró que los tejidos de lino, como el de la sábana santa, sometidos a altas temperaturas, dan un rejuvenecimiento del radiocarbono del tejido. Para confirmar su teoría envió a los tres laboratorios citados una tela de lino del siglo I procedente de Palestina. Los resultados dieron que su edad era entre el año 100 a.C. al 100 d.C. Ese mismo trozo de tela lo metió en un cofre de plata y reprodujo las condiciones del incendio de Chambery de 1532 y, al hacer la nueva datación, los mismos laboratorios contestaron que era un tejido del siglo XIV. La misma respuesta que la sábana santa.

Por otra parte, el doctor Garza-Valdés, microbiólogo de la universidad de san Antonio, Texas, descubrió la presencia de microorganismos vivientes como la lichenothelia, que puede cambiar los datos del carbono 14. Este doctor experimentó con una momia egipcia en la que las vendas resultaban 800 años más jóvenes que los
huesos. Limpió las vendas con una enzima especial, que elimina los productos bacterianos y los hongos, y la nueva datación de las vendas concordó con la de los huesos. Según él, la limpieza que hicieron los otros tres laboratorios no fue buena contra los hongos y bacterias. Y así lo reconoció uno de los científicos que hicieron las pruebas en un documental del Discovery Chanel por televisión.

Por otra parte, hay pruebas escritas, encontradas en 1993 por Gino Zaninotto en los archivos del Vaticano, de un manuscrito griego de un sermón del archidiácono Gregorio de la basílica de santa Sofía de Constantinopla, del 16 de agosto del año 944, con ocasión de la llegada de la sábana santa de Edessa a Constantinopla. A partir de esa fecha, todos los 16 de agosto se celebraba en Constantinopla la fiesta de la llegada de la sábana santa. Se sabe con certeza que fue robada en el saqueo de Constantinopla por los cruzados de la IV cruzada y de ahí llegó a Europa.

El científico americano Rogers, especialista en química explosiva, analizó las huellas destructivas del incendio de Chambery de 1532 y calculó que la temperatura dentro de la urna debió llegar a los 900 grados, punto de fusión de la plata, pues algunas gotas de plata cayeron en la urna y perforaron algunos puntos de la sábana santa. Pero ¿por qué no se destruyó totalmente el tejido con esa temperatura?

En 1978, un grupo de 32 científicos del grupo norteamericano STURP (Shroud of Turin Research Project: Proyecto de investigación sobre la sábana santa de Turín) la estudiaron y sacaron más de 5.000 fotografías con rayos infrarrojos y ultravioleta, con ampliación computarizada. Hicieron análisis espectrales, análisis matemáticos de la imagen, pruebas de absorción atómica con espectroscopio, espectrofotometría visible y con infrarrojos, estudios de física radioactiva, cromatografía, fluorescencia y estudios con rayos X. Todo estudiado por los mejores especialistas; y concluyeron unánimemente que la sábana santa era auténtica y que un posible falsificador debería haber conocido todos las disciplinas antedichas y otras más, cosa imposible en el siglo XIV.

Otra prueba importantísima fue el descubrimiento en 1979 por el padre Francis Filas de una moneda sobre el ojo derecho del crucificado. Se trata de una moneda dilepton lituus del año 29 después de Cristo. En 1996, el doctor Baima Bollone y el doctor Balossino encontraron también en el ojo izquierdo huellas de otra moneda, un lepton simpulum, acuñada por Pilatos en esa época.

Otra prueba también decisiva es el estudio del polen. Max Frei polinólogo famoso encontró en la sábana santa polen de plantas que sólo florecieron en Palestina y, concretamente, en la región alrededor de Jerusalén hace 2.000 años y que ya han desaparecido. Son plantas que florecen entre febrero y mayo, dándonos idea del tiempo en que fue sepultado el crucificado. Max Frei tuvo que trasladarse a Palestina para encontrar esas plantas ya extinguidas y que no figuraban en los libros de botánica. Examinando el lodo del mar Muerto y el fondo del lago de Gensaret, descubrió abundante polen de esas plantas, confirmando así la existencia de la sábana santa hace dos mil años en Palestina y, concretamente, en la región de Jerusalén.

Pero algo que ha dejado atónitos a muchos científicos es que el hombre de la sábana santa tiene grabada su imagen en negativo. Por eso, al hacerse la primera fotografía en 1898 por Secondo Pia, apareció el hombre de la sábana en positivo con toda su majestad. Sin embargo, hay algo mucho más sensacional; esta imagen es tridimensional. Está grabada, como chamuscada, en relación inversa a la distancia entre el cuerpo y el tejido. Una fuerza desconocida produjo con carácter instantáneo, una transformación físico-química del cadáver que lo convirtió en una radiación lumínicotérmica, que dejó esas inexplicables huellas en el lienzo que lo envolvía. Y lo hizo con una sensibilidad tan fina que el aparato VP-8 fue capaz de apreciar dos discos de unos tres milímetros de grosor y con unas letras grabadas en los mismos, correspondientes a dos monedas en los ojos del hombre de la sábana.

El padre Loring afirma: La radiación que duró dos milésimas de segundo, quemó el tejido, penetrando en el hilo de lino tres milésimas de milímetro. El blanco y el negro de cada punto de la sábana dependen de la distancia de la tela a la piel. En el momento de la radiación, lo que estaba más cerca, quedó más quemado y, por lo tanto, más oscuro como ocurre por ejemplo en la nariz. Por el contrario, aquello que estaba más lejos, quedó menos quemado, más claro, como la cuenca de los ojos.

Los científicos norteamericanos Jackson y Jumper con un ordenador hicieron una imagen tridimensional del hombre de la sábana. El doctor Tamburelli, italiano, director de comunicaciones electrónicas de la universidad de Turín, junto con un grupo de técnicos del Instituto italiano de investigaciones científicas, con una técnica similar a la de los norteamericanos, logró eliminar algunas deformaciones y consiguió una imagen mucho más natural. Por todo esto, podemos preguntar: Si la sábana santa no es auténtica, ¿quién puede explicar que se grabara en negativo antes de inventarse la fotografía? Es el único lienzo del mundo con una imagen en negativo de la totalidad de un cuerpo humano. ¿Por qué es la única fotografía humana con imágenes tridimensionales perfectas? ¿Por qué el cadáver cubierto con el lienzo, emitió en un instante una energía capaz de chamuscar e imprimir la imagen de modo tridimensional? ¿Por qué se imprimieron en los ojos del crucificado las dos monedas romanas del siglo I?

¿Por qué se ha encontrado polen de plantas que sólo existieron en la zona de Jerusalén hace dos mil años y ya han desaparecido? ¿Por qué las huellas de la imagen no se destruyeron después del baño total de agua hirviendo y de un fuego de más de 900 grados que hasta derritió la plata de la urna en el incendio de Chambery de 1532?

En conclusión, podemos decir que, si hay una prueba en contra como la de los tres laboratorios, hay cientos de pruebas durante más de 100 años hechas por cientos de científicos que prueban la autenticidad de la sábana santa ¿Acaso esos científicos son menos importantes que los otros? ¿Acaso una prueba vale más que cientos?

Los sindonólogos (estudiosos de la sábana santa) han concluido que la sábana santa, no solo es del siglo I, sino que es la que envolvió el cuerpo de Jesús. Algunos investigadores, como Stevenson y Habernas estudiando todos los detalles de la pasión según los Evangelios y los detalles exactos de la sábana santa han dicho que la posibilidad de que el hombre de la sábana santa no sea Jesús, es de una contra 85 mil millones. Bruno Barberis y Tino Zeuli hablan de una contra 200 mil millones. La profesora Emanuela Marinelli y el profesor Fanti hablan de que las probabilidades de que no sea Jesús son como si en una ruleta saliera 154 veces seguidas el mismo número. Por lo cual, ¿es científico creer que la sábana santa es una falsificación del siglo XIV o lo es creer que es autentica? Que cada uno responda y no tome por científico lo que no es.


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La Homosexualidad

Un grave error, que ha traído gravísimas consecuencias, es la consideración de la homosexualidad como algo normal. Hasta 1973 la DSM (Diagnostic and statical Manual of mental disorder; Manual de diagnóstico de desórdenes mentales) de Estados Unidos, incluía a la homosexualidad entre los desórdenes mentales. Pero ese año fue extraída de la lista en medio de mucha controversia. El activista homosexual Ronald Bayer dijo que tuvieron que presionar a la Asociación siquiátrica americana para que quitaran a la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. Hasta ese año, los homosexuales consideraban a la siquiatría como su enemiga número uno.

Hacia el año setenta, homosexuales militantes irrumpían en los Congresos de la APA (Asociación americana de siquiatras), retiraban paneles científicos sobre el tratamiento de personas con sentimientos homosexuales y lanzaban acusaciones de crueldad con amenazas personales a siquiatras prominentes. Este movimiento provocó
la formación de un panel de expertos (task force), dirigido por el doctor Socarides y, a los dos años de constituirse, concluyeron que la homosexualidad debía considerarse como un trastorno del desarrollo sicosexual.

En 1972, se constituyó otro panel de expertos dirigido por el doctor Spitzer que apoyó las solicitudes a favor de un referéndum en la APA para zanjar el tema. Se organizó una votación en el seno de la APA, de unos 30.000 miembros en esa época, en medio de presiones de los activistas homosexuales, que incluso financiaron cartas pidiendo el voto favorable.

En esta votación participaron solamente el 25% (7.500) de los miembros de la APA y el resultado fue que aproximadamente el 60% (1.500) estaba a favor de eliminar la homosexualidad del Manual de diagnóstico. Y así se decidió. En 1977, se realizó una encuesta aleatoria a 10.000 miembros de la APA y resultó que el 69% (6.900) afirmaba que la homosexualidad suele ser más bien una adaptación patológica que una variación normal. Y se concluyó, diciendo que el estudio anterior fue fruto de consideraciones políticas y sociales más que científicas. Pero ya era demasiado tarde.

Probablemente, no exista otro ejemplo en la historia de la medicina donde se decida sobre la declaración o no de un fenómeno como enfermedad por votación simple y sin criterios científicos claramente comprobados.

A partir de ese momento, en que fue eliminada la homosexualidad como enfermedad, no hay reunión o Congreso, en que los militantes gays no digan que está científicamente demostrado que no es una enfermedad y que esta inclinación es totalmente normal. Incluso, en l986, lograron otro triunfo, al conseguir que se excluyera la pedofilia de la lista de trastornos sicológicos.

Pero ¿es realmente científico decir que la homosexualidad es normal, de origen genético y que uno nace así y no puede cambiar? ¿Cómo, entonces, dos gemelos idénticos pueden tener inclinaciones sexuales diferentes?

¿Cómo hay miles de homosexuales que fueron activos durante mucho tiempo y pudieron sanarse y fundar verdaderos matrimonios con hijos? ¿Es normal que las parejas homosexuales sean infieles en un 95% y que las fieles no permanezcan unidas más de cinco años? ¿Por qué los varones homosexuales son seis veces más propensos a suicidarse qué los varones heterosexuales? ¿Por qué en los heterosexuales hay un 3% de intentos de suicidio, mientras que en adultos homosexuales es un 18%? ¿Por qué el 60% de homosexuales han recurrido alguna vez a sicólogos o siquiatras? ¿Por qué el 78% de homosexuales han sido afectados alguna vez por una enfermedad de transmisión sexual?

¿Por qué la práctica homosexual reduce la esperanza de vida hasta en 20 años? ¿Por qué según estadísticas del gobierno norteamericano de 1992, entre el 17% y el 24% de chicos menores de 18 años habían sido víctimas de abusos por parte de homosexuales, comparado con el 0.09% de chicas abusadas por heterosexuales? Hay aquí una diferencia enorme con relación a este problema de la pederastia. De ahí que lucharon y obtuvieron en 1986, el triunfo de que la pedofilia no fuera considerada como enfermedad sicológica en Estados Unidos.

Matt Foreman, director ejecutivo saliente de la National gay and lesbian task force (NGLTF), una de las organizaciones homosexuales más influyentes, dijo en una conferencia el 15 de febrero de 2008 que la conducta homosexual es la principal causa del virus del sida. El 70 % de los que tienen sida en Estados Unidos son homosexuales o bisexuales. Y ahora se está extendiendo otra nueva mutación mortal del virus del sida, el estafilococo dorado, que ha aparecido entre los homosexuales.

¿Es realmente una verdad científica que la homosexualidad es algo normal? ¿Basada solamente en una encuesta aprobada por 4.500 siquiatras entre 30.000? ¿Así pueden exigir tener los mismos derechos que los heterosexuales para casarse y adoptar
niños?.

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La mente Dios

¿Podemos comprender por qué existe el universo y por qué existimos nosotros?, ¿proporciona la ciencia una respuesta a estas preguntas últimas acerca de la existencia?.


En 1988, Stephen Hawking publicó su libro Historia del tiempo , un best seller que combina la divulgación científica con una filosofía no muy rigurosa. En la conclusión del libro, Hawking se pregunta si podremos encontrar una teoría que explique completamente el universo , y concluye con estas palabras: «si descubrimos una teoría completa, con el tiempo habrá de ser, en sus líneas maestras, comprensible para todos y no únicamente para unos pocos científicos. Entonces todos, filósofos, científicos y la gente corriente, seremos capaces de tomar parte en la discusión de por qué existe el universo y por qué existimos nosotros. Si encontrásemos una respuesta a esto, sería el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos el pensamiento de Dios» (en inglés, the Mind of God significa no sólo el pensamiento, sino el plan de Dios).

The Mind of God es, precisamente, el título de un nuevo libro de Paul Davies, publicado en Londres en 1992. No se trata de una casualidad. El libro comienza recogiendo el párrafo de Hawking, e intenta responder a las preguntas que plantea: ¿podemos comprender por qué existe el universo y por qué existimos nosotros?, ¿proporciona la ciencia una respuesta a estas preguntas últimas acerca de la existencia?

Davies es profesor universitario de física. Recientemente se ha trasladado desde Gran Bretaña a Australia, y enseña ahora en la Universidad de Adelaida. Es un autor prolífico, ya que esta obra hace el número veinte entre sus libros publicados. Tiene oficio como divulgador. Su lenguaje es sencillo y directo, en la medida en que lo permiten los temas que trata. No esquiva los temas difíciles; más bien los busca y se recrea en ellos. Pasa revista a las cuestiones científicas actuales, analizando sus connotaciones filosóficas y sus relaciones con los problemas teológicos.

La pregunta central que Davies se hace es si nuestra existencia es un simple accidente, un resultado casual de los procesos cósmicos, o si más bien hemos de pensar que responde a algún propósito. Su respuesta es que la auto-conciencia no puede ser un detalle trivial, un subproducto menor de fuerzas carentes de propósito: nuestra existencia responde a algún tipo de plan.

Los límites de la ciencia

Para valorar la respuesta de Davies conviene tener presente su trayectoria intelectual. En 1983 publicó un libro titulado Dios y la nueva física , donde sostenía que la ciencia proporciona en la actualidad un camino más seguro que las religiones tradicionales para llegar a Dios. Claro está que el «dios» al que llegaba poco tenía en común con el Dios personal creador del cristianismo; se trataba más bien de una idea que presentaba coincidencias con el panteísmo. Davies aludía al panteísmo como si fuera una idea generalizada entre los científicos; sería «la creencia vaga de muchos científicos de que Dios es la naturaleza o Dios es el universo». Y sugería que, si el universo fuese el resultado de unas leyes necesarias, podríamos prescindir de la idea de un Dios creador, pero no de la idea de «una mente universal que exista como parte de ese único universo físico: un Dios natural, en oposición al sobrenatural».

En aquel libro, Davies se mostraba dispuesto a responder, ciencia en mano, a los grandes interrogantes de la existencia humana. Algo parece haber cambiado en los diez años que han transcurrido desde entonces. Ahora, aunque Davies afirma que no pertenece a ninguna religión institucional y que nunca ha tenido una experiencia mística , también afirma que la ciencia no puede responder a los interrogantes últimos; añade que ese tipo de respuestas sólo pueden provenir de experiencias místicas que trascienden el ámbito de la especulación científica, y defiende la existencia de algún plan superior capaz de explicar la vida humana.

Todo esto quizá pueda parecer trivial, sobre todo a un creyente, pero no lo es cuando se presenta como el resultado de un extenso análisis llevado a cabo por una persona que, como Davies, no encuentra fácil afirmar la existencia de un Dios personal creador. Una cosa es afirmar en general que ciencia y religión constituyen dos ámbitos diferentes, sea cual sea la posición que se adopte ante la religión, y otra cosa muy diferente es encontrar un científico que intenta llevar la ciencia hasta sus límites, analizando en concreto las variadísimas respuestas que se proponen en la actualidad acerca de las cuestiones últimas, y tomando parte en un verdadero combate intelectual en el que se discuten detalladamente los argumentos en favor y en contra de las distintas soluciones.

Al igual que en otros libros anteriores, los razonamientos de Davies pueden llevar al psiquiatra a quien no posea una estructura mental sólida, ya que se extienden a las interpretaciones más insólitas. Se trata de reflexiones en voz alta en las que Davies manifiesta sus perplejidades, que no son pocas ni pequeñas. Su interés radica precisamente en que muestran que un científico como Davies, nada comprometido con posiciones religiosas convencionales y dispuesto a admitir la parte de verdad que se encuentra en cualquier propuesta por extraña que parezca, afirma ahora con pleno convencimiento que no resulta viable atribuir la existencia humana al simple juego accidental de fuerzas naturales.

La racionalidad del mundo

Todavía se encuentra difundido el cliché según el cual la ciencia elimina todo misterio en la vida humana, proporcionando respuestas que harían inútil cualquier pregunta que se sitúe más allá de los confines científicos. La realidad es otra. En efecto, el progreso científico abre panoramas cada vez más asombrosos, comenzando por la existencia misma de la ciencia. Davies escribe: «El éxito del método científico para desvelar los secretos de la naturaleza es tan deslumbrante que puede impedirnos ver el milagro científico mayor de todos: que la ciencia funciona ». Es cierto. El progreso de la ciencia supone que la naturaleza posee una racionalidad inscrita en sus estructuras y procesos, y que somos capaces de conocerla, aunque sea de modo limitado. Y esto no es nada trivial, sobre todo si tenemos en cuenta que la organización del mundo en el que vivimos es enormemente sofisticada y singular.

Los avances de la ciencia proporcionan una imagen del mundo que resulta casi fantástica, si no fuera real. Según la antigua imagen mecanicista, que todavía sigue gozando de cierta popularidad, la materia se compondría de partículas cuya única propiedad sería el desplazamiento y el choque. La ciencia actual, por el contrario, descubre un mundo microfísico en el cual las partículas se agrupan espontáneamente formando pautas organizadas que hacen posible, a su vez, la formación de otras pautas de mayor complejidad, hasta llegar al alto nivel de organización propia de los vivientes. En 1989, Davies escribió: «Es uno de los milagros universales de la naturaleza que enormes reuniones de partículas, que sólo están sometidas a las fuerzas ciegas de la naturaleza, sin embargo son capaces de organizarse a sí mismas en pautas de actividad cooperativa». Efectivamente, es tan asombroso que resulta lógico preguntarse si, en realidad, ese comportamiento responde solamente a fuerzas ciegas .

Esta es la pregunta que una vez y otra aparece a lo largo de los análisis de Davies. En efecto, la asombrosa racionalidad de la naturaleza exige una explicación nada trivial, sobre todo si se tiene en cuenta nuestra capacidad de conocerla, o sea, la existencia de mentes auto-conscientes como las nuestras que son capaces de plantear, con éxito rotundo, un diálogo con la naturaleza que conduce a conocimientos cada vez más profundos y coherentes. Afirmar que todo ello es un puro hecho accidental, fruto de simples casualidades y de leyes ciegas, no resulta nada satisfactorio.

La explicación del orden

Quienes reducen nuestra comprensión de la realidad a las explicaciones que proporcionan las ciencias, se ven obligados a explicar cómo surge la prodigiosa organización de la naturaleza, de acuerdo con las leyes científicas, a partir de estados más primitivos. En definitiva, deben explicar el todo mediante la suma de las partes.

Sin duda, pueden encontrarse muchas explicaciones de ese tipo, sobre todo si las partes no son elementos meramente pasivos. Cuando se combinan, en las condiciones adecuadas, átomos de hidrógeno y oxígeno, lo que resulta no es una simple yuxtaposición de átomos: los átomos interactúan y producen un compuesto que posee propiedades verdadaeramente nuevas o emergentes. Si tenemos en cuenta que, en contra de lo que afirmaba el mecanicismo, no existen elementos puramente pasivos, parecería posible explicar la organización de la naturaleza mediante sucesivas combinaciones, en niveles de creciente complejidad, de componentes y procesos.

De hecho, esta idea se encuentra ampliamente difundida en la actualidad: la naturaleza sería el simple resultado de combinaciones que producirían resultados de todo tipo, entre los cuales sólo sobrevivirían aquéllos que fuesen capaces de adaptarse funcionalmente a las circunstancias. Se trata del esquema básico propuesto por Darwin para explicar la evolución biológica, que sería capaz de explicar asimismo la evolución cósmica y, en general, todos los procesos naturales. ¿Qué lugar queda aquí para ulteriores preguntas de tipo metafísico?

Davies afirma repetidamente que, al menos, existe un tipo de preguntas que no encuentran respuesta adecuada en ese esquema. Se trata de las preguntas acerca de las leyes que se encuentran en la base de todos esos procesos y los hacen posibles. ¿Por qué existen precisamente esas leyes y no otras? De hecho, hoy día sabemos que nuestra existencia es posible porque las leyes y las magnitudes básicas de la física poseen unos valores extremadamente ajustados.

Podría replicarse que, al fin y al cabo, esa situación no tiene nada de particular porque, en otro caso, nosotros no existiríamos; dicho de otro modo, resulta lógico que las leyes básicas sean tales que permitan nuestra existencia, puesto que, en otro caso, no estaríamos aquí. Sin embargo, esta respuesta no convence a Davies, y es lógico que así sea, porque no proporciona ninguna explicación: simplemente acepta el mero hecho de nuestra existencia y de las condiciones que la hacen posible.

Las ciencias explican, en cierta medida, como surge el orden de la naturaleza a partir de ciertas condiciones antecedentes. Pero siempre encontramos, en último término, situaciones iniciales y leyes básicas que exigen una explicación, a menos que estemos dispuestos a afirmar un proceso infinito que no explica nada. Además, lo que debemos explicar no es sin más un cierto orden, sino un grado verdaderamente fabuloso de organización en diferentes niveles que se entrecruzan y se complementan.

Una manera de evitar el misterio es afirmar que nuestro mundo es sólo una parte de un universo mucho más amplio en el que se producen todo tipo de situaciones posibles. Bajo esta perspectiva, nuestra situación, por muy privilegiada y singular que nos parezca, sería sólo una entre otras muchas que se dan o pueden darse en otras partes del universo o, como dicen otras teorías, en universos paralelos al nuestro. De hecho, algunos fisicos sostienen la teoría de muchos mundos (many-worlds ) según la cual, en virtud de las peculiaridades de la física cuántica, existe toda una serie de universos paralelos al nuestro. Otros afirman que nuestro mundo podría ser el único lógicamente posible y, por tanto, tampoco habría que admirarse de su singularidad.

Davies no piensa que estas teorías resuelvan el problema. Por una parte, porque no son científicamente contrastables: si se postula la existencia de otros universos inobservables, no se adelanta nada; más bien sucede lo contrario, ya que se introducen complicaciones innecesarias que caen fuera de toda posible comprobación. Tampoco parece posible demostrar que nuestro universo sea el único lógicamente posible, y todos los indicios apuntan, por el contrario, hacia la existencia de un orden contingente .

Esta noción es crucial. Davies escribe: «Parece, pues, que el universo físico no tiene que ser como es: podía haber sido de otro modo. En último término, el supuesto de que el universo es a la vez contingente e inteligible es lo que proporciona el motivo de la ciencia empírica. Ya que, sin la contingencia, seríamos capaces, en principio, de explicar el universo usando solamente deducciones lógicas, sin recurrir a la observación. Y sin la inteligibilidad, no podría existir la ciencia». Cierto. Entonces, deberemos preguntarnos por la explicación última de ese orden contingente.

Davies analiza las diferentes posibilidades. Podría suceder que no existiese una explicación; pero esto significaría el colapso de la racionalidad, que viene avalada, entre otros motivos, por la existencia y el progreso de la ciencia. Por otra parte, encontramos la explicación clásica propuesta por el teísmo , según la cual existe un Dios personal creador que proporciona el fundamento último de la racionalidad.

¿Existe un plan superior?

Los razonamientos de Davies parecen acordes con la afirmación característica del teísmo . Sin embargo, opina que esta posición se enfrenta a una objeción demasiado seria: si Dios existe, debe ser único, infinito, perfecto, y necesario : poseyendo en sí mismo su razón de ser, debe ser imposible su no-existencia; pero, en ese caso, ¿cómo se compagina la necesidad divina con la contingencia del mundo?, ¿no debería admitirse que, si Dios es necesario, también lo debería ser el universo, como resultado de la acción divina? Y en ese caso, ¿cómo se compaginaría la necesidad del mundo con la contingencia que observamos, y ante todo, con la creatividad de la naturaleza y con la libertad humana?

Sin duda, el problema es serio y ha ocupado a mentes ilustres a lo largo de la historia. Davies no le ve solución. Por ese motivo, piensa que la única posición teísta que evitaría las dificultades mencionadas sería lo que suele denominarse telogía del proceso . Se trata de una doctrina que remite a Alfred North Whitehead, cuyo impacto es especialmente notable en el mundo anglosajón. En pocas palabras, afirma una especie de dios dipolar que en parte es necesario e independiente del mundo, pero en parte se ve envuelto en las visicitudes contingentes del mundo. Davies confiesa que la idea le resultaba difícil de asimilar, pero añade que le llegó a resultar aceptable cuando consideró su paralelismo con algunas situaciones que estudia la física cuántica.

La alusión a la física cuántica remite a discusiones nada fáciles acerca de la interpretación de esta teoría; ni siquiera existe unanimidad al respecto entre los científicos. Además, no es difícil advertir que la idea de un dios dipolar resulta más bien contradictoria.

Las dificultades que Davies advierte en el teísmo pueden solucionarse por otro camino, utilizando una distinción que es empleada frecuentemente por los científicos, por ejemplo, cuando discuten las teorías de la evolución. Suelen decir que deben distinguirse el hecho y su explicación : el proceso evolutivo sería un hecho bien establecido mediante pruebas paleontológicas, de anatomía comparada, de genética y de bioquímica, y la explicación del proceso, sin embargo, incluiría muchos problemas controvertidos. La distinción entre los dos aspectos permitiría sostener que las incertidumbres acerca de la explicación no afectan a la afirmación del hecho central. En nuestro caso, la situación sería análoga: existen suficientes argumentos para afirmar la existencia de un Dios personal creador, cuya naturaleza y relaciones con el mundo, sin embargo, resultan un tanto misteriosas para nosotros.

En realidad, este modo de razonar no es novedoso. Durante siglos, los filósofos han distinguido dos tipos de preguntas: la que se refiere a la existencia de algo (la cuestión an sit , o sea, si algo existe), y la que se refiere a su naturaleza (la cuestión quid sit , o sea, qué es, cuál es su modo de ser). Son dos preguntas que, si bien se encuentran relacionadas, pueden distinguirse. En las ciencias, esto ocurre continuamente. Nadie duda de la realidad de las partículas subatómicas, a pesar de que encontramos dificultades, que por el momento son insalvables, cuando intentamos determinar su naturaleza; esas dificultades no impiden que poseamos muchos conocimientos bien comprobados acerca de las partículas, y que podamos utilizarlos como base de una tecnología muy sofisticada.

Un punto crucial, en nuestro caso, consiste en saber si la existencia de un Dios necesario, que parece requerida para comprender cómo es posible el universo, es compatible con la contingencia de ese universo. Si no lo fuese, entonces la existencia de Dios conduciría o bien a afirmar que el universo es también necesario, o bien a una contradicción. Pero, ¿por qué se debería afirmar que un Dios necesario tendría que producir un universo igualmente necesario, no contingente?

En realidad, no existe motivo para afirmarlo, y más bien existen motivos para sostener lo contrario. En efecto, no puede existir algo que sea absolutamente necesario y que no sea Dios mismo. Cualquier cosa que Dios produzca, contendrá elementos contingentes porque, en caso contrario, se identificaría con Dios.

Es posible argumentar racionalmente que Dios existe; que no sólo es libre, sino soberanamente libre, ya que no está determinado por nada fuera de sí mismo; que no actúa de modo arbitrario; que es infinitamente perfecto. Si intentamos comprender completamente el ser divino, encontramos límites que resultan lógicos: un dios que cupiese perfectamente en nuestra mente no podría ser el Dios verdadero. Sin embargo, podemos comprender que la necesidad divina no implica que Dios cree necesariamente, ni que sólo pueda crear un único universo.

El misterio y la mística

Davies tiene razón al afirmar que el Dios personal creador contiene aspectos misteriosos: no podría ser de otro modo. Sin embargo, no se trata de misterios arbitrarios, sino, si puede hablarse así, de misterios razonables .

Por la vía de la razón, podemos llegar hasta la afirmación de Dios y de sus principales atributos. No es poco. Es suficiente para orientar la vida entera en sus aspectos básicos. Pero no llegamos, y resulta lógico que así sea, a comprender perfectamente el ser divino, que nos aparece envuelto en el misterio.

Para explicar esta situación, Chesterton propuso una comparación sugerente. El Sol es tan potente que no podemos mirarlo directamente; sin embargo, posee luz propia y la irradia, de modo que vemos todo lo demás gracias a esa luz. De modo semejante, Dios nos resulta misterioso, pero todo resulta inteligible a su luz.

Davies es consciente de los problemas y tiene la valentía de afrontarlos. En su última obra, reconoce abiertamente los límites de la ciencia para resolver las cuestiones últimas acerca de la vida humana. Afirma, y tiene razón, que la ciencia empírica siempre trabaja sobre unos supuestos que ella misma no puede probar. Uno de esos supuestos es la racionalidad del mundo y del hombre. Davies advierte, con razón, que la fundamentación de esa racionalidad nos lleva a un ámbito que se encuentra más allá de las posibilidades de la ciencia. Más aún: el progreso científico muestra, con un detalle casi increíble, que esa racionalidad es mucho mayor de lo que podría parecer a primera vista. Todo ello conduce a Davies al asombro, que siempre ha sido la puerta de la genuina filosofía.

Pero Davies se queda, por el momento, en la puerta. Los caminos que se abren a partir de esa puerta le parecen metafísicos , y no ve cómo se podría proseguir la argumentación racional cuando uno se instala en ellos. Sólo ve una salida: lo que denomina la experiencia mística , que se encontraría en las antípodas del pensamiento racional. Según Davies, los caminos del misticismo no conducen a conclusiones inequívocas, sino que llevan a conclusiones diferentes, de acuerdo con la personalidad de cada uno: hay quien llega a afirmar un Dios personal, y hay quien no llega.

Davies se sitúa en el segundo grupo, y explica por qué. «Yo siempre he deseado creer que la ciencia puede explicar todo, al menos en principio», escribe. Y añade: «Personalmente, preferiría no creer en sucesos sobrenaturales. Aunque es obvio que no puedo probar que nunca sucedan, no encuentro una razón para suponer que suceden. Mi inclinación es suponer que las leyes de la naturaleza son obedecidas siempre». Sin embargo, el ateísmo pragmatista no le convence, ya que implica admitir que el universo es algo dado, un hecho que no admite explicación última, y esto parece poco razonable, e incluso absurdo.

Davies afirma que, cuando buscamos explicaciones últimas, tropezamos con los límites de la misma racionalidad que nos impulsa a buscarlas: una teoría completamente racional es imposible, porque siempre habremos de admitir algunos supuestos. «Si deseamos ir más allá -añade-, hemos de adoptar un tipo de explicación diferente de la explicación racional. Es posible que el camino místico conduzca hacia ese tipo de comprensión. Personalmente, nunca he tenido una experiencia mística, pero tengo la mente abierta acerca del valor de tales experiencias. Quizá ellas proporcionan la única ruta que va más allá de los límites de la ciencia y la filosofía, el único camino posible hacia lo Ultimo».

Con respecto a sus anteriores obras, Davies ha recorrido un largo camino, lleno de incertidumbres que subsisten hasta la actualidad. Es imposible prever cuáles serán sus pasos a partir de aquí. Entre otros motivos, porque somos libres. La acción de Dios, omnisciente y todopoderoso, no sólo respeta la actividad libre de la persona humana, sino que la hace posible. Dios nos ha creado para que podamos participar de su perfección y bondad, pero sólo podemos alcanzar la felicidad a través de nuestra actividad libre. Por eso se ha dicho que Dios habla suficientemente bajo para que quien no quiera oírle no le oiga, y suficientemente alto para que quien quiera oírle pueda hacerlo. La racionalidad del mundo es uno de los caminos que Dios utiliza para manifestarse a nosotros; la ciencia no llega por sí sola a la afirmación de Dios, pero su progreso amplía considerablemente nuestro conocimiento de la racionalidad del mundo y, por este motivo, constituye una base idónea para llegar al conocimiento de su Creador.

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Sobre Hawking ...

Se lee en la prensa que Hawking dice en Santiago de Compostela: «La Física deja poco lugar para los milagros y Dios»


Autor: Antonio Orozco

Hawking tiene toda la razón del mundo. No soy físico, pero me inclino a pensar que está en lo cierto. Los milagros no entran dentro del objeto propio de la física teórica, que es lo que parece dominar Hawking. En la práctica, sí se pueden ver los milagros. Dios los hace para que se vean. Que resucite un muerto es un hecho observable mediante los sentidos, y ha sucedido más de una vez, como constatan los Evangelios históricos en el caso de Lázaro, el hijo de la viuda... y hay muchos otros hechos milagrosos acontecidos y certificados a lo largo de los siglos, constatados incluso por científicos con el Nobel. Son hechos indeducibles a partir de leyes físicas; son intervenciones libres de Dios en la historia, en el espacio y el tiempo. No tienen “lugar” entre las leyes físicas. Ni la existencia de Dios ni su libertad, ni siquiera la libertad de las personas son hechos físicos deducibles de las leyes que rigen el universo material. Incluso el "ser" mismo de la persona es más que el "ser" del cosmos. Nuestra libertad es una experiencia viva. Quizá Hawking no ha reflexionado sobre ello y por eso cree que la libertad, pese a la evidencia, no existe y que todo está predeterminado por la materia. Hawking hace un acto de fe humana colosal en las posibilidades de lo material. Cierto que son maravillosas. Y ello es posible porque tienen lógica, son en muy buena medida predecibles, y por lo mismo son inteligibles y es posible la ciencia física.
Ahora bien, si el universo tiene lógica, hay un logos, una razón, una inteligencia fundante, a no ser que creamos en el cuento del caos como principio del orden, del azar como principio de la necesidad y de lo estrictamente increíble como negación de la Inteligencia Suprema. Superstición, decía el premio Noble John Eccles, que es todo ese galimatías de "círculos cuadrados", quiero decir, de contradicción en los términos. Las cosas son complejas pero más sencillas de lo que quiere establecer el ateísmo. Lo inteligible no crea inteligencia, la supone, si no, no sería inteligible.
Hawking parece creer que el cosmos no tiene inteligencia fundante. Entonces, la lógica del universo, que hace posible la ciencia cosmológica, carecería de fundamento racional. Tendríamos que asirnos a la lógica materialista. ¿Con qué fundamento? ¿Sin ningún fundamento racional? ¿Con un "porque sí"? Esto sería el acta de defunción de la ciencia.

Por otro lado, ¿hay alguna razón - razón, digo, logos, lógica, principio y fundamento- que demuestre la no existencia de Dios? ¿Cómo podría demostrarse? Sólo si se tiene de Dios una idea contradictoria: yo me formo una idea contradictoria de Dios y luego digo: Dios es contradictorio en sí mismo, luego Dios no puede existir. Es lo que hizo por ejemplo, Sartre, como parece hacer Hawking y tantos otros. El famoso Dios “tapa-agujeros”. Claro es que no existe un Dios tapa-agujeros. Eso es un constructo humano. Pero ese Dios no es el Dios vivo que se ha autorevelado en la tradición judeocristiana, ni el llamado por Pascal "Dios de los filósofos". Yo creo en Dios Padre Todopoderoso creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible, de los físicos y de los filósofos. ¡De lo invisible también! Como los microbios increíbles ¡invisibles! de Pasteur, ¿recuerdan? No le creían porque nadie los había visto. Hawking no ha visto milagros. Otros los han visto. La Física no contempla entre sus objetos a Dios. PORQUE NO ES UN OBJETO FÍSICO, como las almas inmortales, como los ángeles, espíritus puros, como el pensamiento libre que puede negarse a sí mismo en una letal pirueta circense. ¿Porque esas otras realidades no son visibles, experimentables, reproducibles en el laboratorio? Porque son superiores a las físicas. Por poner un ejemplo pobre pero ilustrativo: el planeta Marte no se puede ver con un microscopio, porque es mucho más grande que el campo del microscopio.
En cambio hay una ciencia que Hawking parece desconocer, porque cree que todo es física, como el zapatero que pensara que toda la ciencia es zapateril; como si no hubiera otros modos y métodos, otras ciencias aptas para acceder a la realidad. Justamente hay una ciencia que viene cultivándose hace más de 25 siglos y atiende por el nombre de «metafísica»: «meta-física». En informática se habla de "meta-datos". "Meta", lo que no se ve a simple vista, sin ser esotérico, está ahí, en las páginas web, en los blogs, al alcance de todos los buscadores, hace posible la búsqueda eficaz, el encuentro de los datos. La ciencia física es posible porque hay otra ciencia, que incluso a nivel elemental poseemos todos, la "meta-física". Es ésta la ciencia que reflexiona sobre los principios que la física y las demás ciencias empíricas no pueden justificar, pues, como es lógico, los dan por supuestos.  Es la ciencia del “ser” y de los primeros principios del “ser”.
Sé que un sector amplio de la intelectualidad contemporánea, por razones que ahora no vamos a explorar, niega la posibilidad de la metafísica. Pero entonces físicos y no físicos tendríamos que eliminar de nuestro vocabulario, e incluso borrar de nuestra mente, todo lo que esté involucrado con el verbo «ser», incluso el ser de Hawking y el de su física, el ser de este planeta y el del universo entero.
Hay cinco vías clásicas, metafísicas, que muestran la existencia de Dios, origen incausado de todas las causas habidas y por haber. Otra historia es que no se estudie metafísica, pero concluir, concluyen. Y hay muchos más argumentos. La misma libertad personal no es el menos relevante.
La Ciencia con mayúscula es algo grande, toda ciencia es manifestación de la categoría del ser humano creado a imagen de Dios. Pero el científico se empequeñece, se convierte a sí mismo en un personaje irrisorio cuando pretende saberlo todo por medio de “su” ciencia, siempre escasa comparada con el caudal de conocimientos de tan diversa índole con que contamos en nuestro tiempo, incluida la herencia de pensadores de hace veinticuatro o veinticinco siglos, cuyo índice intelectual era probablemente superior al de la inmensa mayoría de los llamados intelectuales de hoy.
El tiempo es relativo, siempre corto, para todos. La materia es muy precaria. La suma de precarios no hace necesidad sostenida y sostenible. La suma de falsedades no hace verdad… Ojalá algún día no lejano, Hawking se dé cuenta, si no lo ha hecho aún, de que la gran Física tiene un Señor infinitamente más grande, el Señor del universo, libre de intervenir en el cosmos sin necesidad de pedir permiso a físicos o filósofos.

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La conversión de Voltaire

El catedrático de Filosofía Carlos Valverde escribe un sorprendente artículo en el que documenta históricamente la conversión de uno de los más celebres enemigos de la Iglesia católica: VOLTAIRE.


UN 30 DE MAYO DEL AÑO 1778

La investigación de documentos antiguos siempre depara sorpresas. La última me ha salido al paso mientras hojeaba el tomo Xll de una vieja revista francesa, Correspondance Littérairer, Philosophique et Critique (1753-1793), monumento inapreciable y riquísimo para conocer el siglo de las luces y los comienzos de la gran Revolución.

Todos sabemos quién fue Voltaire: el peor enemigo que tuvo el cristianismo en aquel siglo XVIII, en el que tantos tuvo y tan crueles. Con los años crecía su odio al cristianismo y a la Iglesia. Era en él una obsesión. Cada noche creía haber aplastado a la infame y cada mañana sentía la necesidad de volver a empezar: el Evangelio sólo había traído desgracias a la Tierra.

Manejó como nadie la ironía y el sarcasmo en sus innumerables escritos, llegando hasta lo innoble y degradante. Diderto le llamaba el anticristo. Fue el maestro de generaciones enteras incapaces de comprender aquellos valores superiores al cristianismo, cuya desaparición envilece y empobrece a la humanidad.

Pues bien, en el número de abril de 1778 de la revista francesa antes citada (páginas 87-88) se encuentra uno nada menos que con la copia de la profesión de fe de M. Voltaire. Literalmente dice así:

«Yo, el que suscribe, declaro que habiendo padecido un vómito de sangre hace cuatro días, a la edad de ochenta y cuatro años y no habiendo podido ir a la iglesia, el párroco de San Sulpicio ha querido añadir a sus buenas obras la de enviarme a M. Gautier, sacerdote. Yo me he confesado con él y, si Dios dispone de mí, muero en la santa religión católica en la que he nacido esperando de la misericordia divina que se dignará perdonar todas mis faltas, y que si he escandalizado a la Iglesia, pido perdón a Dios y a ella.

Firmado: Voltaire, el 2 de marzo de 1778 en la casa del marqués de Villete, en presencia del señor abate Mignot, mi sobrino y del señor marqués de Villevielle. Mi amigo». Firman también: el abate Mignot, Villevielle. Se añade: «declaramos la presente copia conforme al original, que ha quedado en las manos del señor abate Gauthier y que ambos hemos firmado, como firmamos el presente certificado. En París, a 27 de mayo de 1778. El abate Mignot, Villevielle».

Que la relación puede estimarse como auténtica lo demuestran otros dos documentos que se encuentran en el número de junio de la misma revista —nada clerical, por cierto—, pues estaba editada por Grimm, Diderot y otros enciclopedistas.

Voltaire murió el 30 de mayo de 1778. La revista le ensalza como «el más grande, el más ilustre, quizá, ¡ay!, el único monumento de esta época gloriosa en la que todos los talentos, todas las artes del espíritu humano parecían haberse elevado al más alto grado de perfección»

La familia quiso que sus restos reposaran en la abadía de Scellieres. El 2 de junio, el obispo de Troyes, en una breve nota, prohibe severamente al prior de la abadía que entierre en sagrado el cuerpo de Voltaire. El 3 responde el prior al obispo que su aviso llega tarde, porque —efectivamente— ha sido enterrado en la misma abadía.

La carta del prior es larga y muy interesante por los dalos que aporta. He aquí los que más nos interesan ahora: La familia pide que se le entierre en la cripta de la abadía hasta que pueda ser trasladado al castillo de Ferney. El abate Mignot presenta al prior el consentimiento firmado por el párroco de San Suplicio y una copia —firmada también por el párroco— «de la profesión de fe católica, apostólica y romana que M. Voltaire ha hecho en las manos de su sacerdote, aprobado en presencia de doa testigos, de los cuales uno es M. Mignot, nuestro abate, sobrino del penitente, y el otro, el señor marqués de Villevielle (...) Según estos documentos, que me parecieron y aún me parecen auténticos —continúa el prior—, hubiese creído faltar a mi deber de pastor si le hubiese rehusado los recursos espirituales (...) Ni se me pasó por el pensamiento que el párroco de San Suplicio hubiese podido negar la sepultura a un hombre cuya profesión de fe él había legalizado (...). Pienso que no se puede rehusar la sepultura a cualquier hombre que muera en el seno de la Iglesia (...) Después de mediodía, el abate Mignot ha hecho en la iglesia la presentación solemne del cuerpo de su tío. Hemos cantado las vísperas de difuntos; el cuerpo permaneció toda la noche rodeado de cirios. Por la mañana, todos los eclesiásticos de los alrededores (...) han dicho una misa en presencia del cuerpo y yo he celebrado una misa solemene a las once, antes de la inhumación (...) La familia de M. Voltaire partió esta mañana contenta de los honores rendidos a su memoria y de las oraciones que hemos elevado a Dios por el descanso de su alma. He aquí los hechos, monseñor, en la más exacta verdad».

Así parece que pasó de este mundo al otro aquel hombre que empleó su temible y fecundo ingenio en combatir ferozmente a la Iglesia.

La Revolución trajo en triunfo los restos de Voltaire al panteón de París —antigua iglesia de Santa Genoveva—, dedicada a los grandes hombres. En la oscura cripta, frente a la de su enemigo Rousseau, permanece hasta hoy la tumba de Voltaire con este epitafio:

«A los Manes de Voltaire. La Asamblea Nacional ha decretado el 30 de mayo de 1791 que había merecido los honores debidos a los grandes hombres».



Carlos VALVERDE
Catedrático de Filosofía
YA, día 2.VI .89 

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La fé y el Big Bang

En un momento dado, acaso hace diez o quince mil millones de años, se produjo algo que no fue propiamente hablando una explosión, sino más bien una brusca dilatación, acompañada por una enorme liberación de energía en el vacío. Esta energía se fue transformando en materia en el transcurso de la dilatación del punto físico inicial hasta formar, en virtud de una serie de metamorfosis (la palabra es impropia, pero cualquiera otra también lo sería) el universo en expansión continua, cuya inmensidad desafía el alcance-de nuestros telescopios.


Como lo prueba el desplazamiento del espectro de las galaxias hacia el rojo, el universo está en expansión; algo así como- las oleadas concéntricas de unos fuegos artificiales. Para que las galaxias se desplacen es preciso que hayan tenido un punto de partida. Se supone, pues, que al principio toda la masa del universo estaba condensada en un núcleo imperceptible; mucho más pequeño que una cabeza de alfiler, en el que reinaba un calor espantoso. En un momento dado, acaso hace diez o quince mil millones de años, se produjo algo que no fue propiamente hablando una explosión, sino más bien una brusca dilatación, acompañada por una enorme liberación de energía en el vacío. Esta energía se fue transformando en materia en el transcurso de la dilatación del punto físico inicial hasta formar, en virtud de una serie de metamorfosis (la palabra es impropia, pero cualquiera otra también lo sería) el universo en expansión continua, cuya inmensidad desafía el alcance-de nuestros telescopios.

Esta teoría, originada hace unos sesenta años en las observaciones del astrónomo belga Lemaltre y recogida más recientemente por el físico Gamow, que la ha difundido con el expresivo nombre de "Big Bang" o "Gran Explosión" primordial, ha sido admitida y adoptada hoy por la mayoría de los astrofísicos. Como asigna un comienzo al universo no es en absoluto contraria a la doctrina judeocristiana de la Creación, y la Iglesia podría apoyarse en ella sin reserva alguna para proporcionarle, por fin, una base científica a su predicación."

[Respuesta de André Frossard]

Sin embargo, aunque es cierto que el relato de la creación se abre en la Biblia con la evocación de un "caos", vagamente referido a la nube de partículas (más exactamente, de "quasars") que habrían seguido al Big Bang, también es verdad lo que nos dice el Evangelio: "En el principio existía el Verbo"(1) ó la Palabra, y no otra cosa.

La Iglesia ha procurado siempre no comprometerse con ningún sistema científico. Confió durante un tiempo en la teoría de Ptolomeo, que situaba la-tierra en el centro del mundo, y luego vinieron Copérnico y Galileo que la pusieron entre el enjambre de las estrellas del firmamento, y los eclesiásticos se vieron obligados a seguirles después de una vana tentativa de resistencia. Las teorías científicas poseen la gran ventaja de estar sujetas a revisión, y no tendría nada de particular que a la hipótesis del Big Bang sucediera otra que; en lugar de hablar de expansión, defendiera que las galaxias describen sus majestuosas curvas para confluir en un punto de atracción irresistible y desconocido. ¡Quién sabe! Los trabajos de los físicos y de los astrofísicos encierran el mayor interés`, pero no hay motivo para erigir sus hipótesis en doctrina; ni ellos mismos lo hacen por lo mucho que valoran -y con razón- su libertad de examen.

Por lo demás, la teoría del Big Bang presenta bastantes puntos oscuros. Cuando se nos dice, por ejemplo, que la brutal dilatación del punto físico originario libera una enorme cantidad de energía en el vacío, es evidente que el problema se traslada de ese núcleo físico (la "cabeza de alfiler" donde se encuentra concentrada la masa del universo) al mencionado vacío, un vacío absoluto y primordial tan difícil de definir como cualquier misterio del credo cristiano.

Y la teoría no es tan nueva. La misma intuición puede hallarse en la brillante obra maestra de Edgar Allan Poe titulada Eureka, que se publicó en 1848. La teoría del escritor norteamericano es de pura lógica, y .el estado de los conocimientos de su tiempo no permitía al autor que la apoyara en el análisis del espectro de las galaxias o en el ciclo de las reacciones termonucleares, pero el resultado es de una analogía sorprendente: el universo está en expansión y todo él ha salido de . un punto diminuto. Puede suceder que el genio, aun careciendo. de los medios excepcionales de investigación hoy existentes, obtenga los mismos resultados.

En cuanto a la relación entre el texto del Génesis y el Big Bang, hay un error, al menos, en el hecho de que el libro sagrado nos habla del comienzo del mundo visible, no de los secretos de la fabricación de la materia.

Y no olvidemos que nosotros -cristianos, judíos o musulmanes- creernos que el espíritu es anterior a todas las cosas, visibles o invisibles.

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¿Y si la ciencia demostrara que Dios no existe?

Por André Frossard 

"En adelante, el universo no guardará secreto alguno para los sabios".


"Esta pregunta se hace eco de un temor, muy habitual entre los creyentes, ante el auge de las ciencias naturales que contradicen en no pocos puntos su credo religioso, al tiempo que manifiesta una esperanza avivada periódicamente por el ateísmo militante. Ese temor fue el que indujo a los rectores de la Iglesia a condenara Galileo, no a la hoguera, ciertamente, sino a una especie de "arresto domiciliario", castigo que no deja de tener su ironía referido á un hombre que se mostraba seguro de estar dando vueltas alrededor del sol. Para aquellos eclesiásticos, la tierra debía ocupar el centro del mundo universo, y pretender lo contrario suponía infligir a la Escritura santa un agravio lindante con la blasfemia. Tuvo que pasar un siglo para que se reconociera el error y para que se cayera en la cuenta de que la importancia de la tierra no dependía de su localización en el espacio. Los creyentes sufrieron mucho en el siglo XIX ante las declaraciones de Marcelin Berthelot en el sentido de que "en adelante, el universo no guardará secreto alguno para los sabios". En esa línea, es razonable pensar que llegue el día en, que se prescinda de "la hipótesis de Dios" forjada en los siglos oscuros de la ignorancia."

Sin embargo, el objeto de la ciencia no es más que lo observable y lo medible, y Dios no es nulo uno ni lo otro.

Para demostrar que Dios no existe, sería menester que lo que vosotros llamáis "la ciencia" descubriera un primer elemento que no tuviera causa, que existiera por él mismo, y cuya presencia explicara todo lo demás sin dejar nada fuera. Y justamente ese elemento es lo que nosotros llamamos Dios.



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